Antivacunas y deterioro de la ciencia
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Como ya es habitual en este blog, y como deferencia a las personas que prefieren escuchar a leer, voy a colgar a continuación el vídeo del texto.
Estamos viviendo una época en la que está de moda utilizar como arma arrojadiza una serie de palabras cargadas de mala leche: antivacunas, negacionista, terraplanista… Más o menos lo que anteriormente se identificaba como «magufo o perroflauta».
El caso es que, en la mayoría de las ocasiones, estas palabras son utilizadas no sólo para ridiculizar a alguien que opina de diferente forma sino también como si fueran en sí mismas argumento suficiente como para rebatir cualquier idea que consideren «peregrina», cuando no irracional según su estrecho y tortuoso criterio.
Lo sucedido con las inoculaciones covid-19 es un ejemplo meridianamente claro. Cualquier persona, entendida o lega en el tema, a la que se ocurriera mantener y, sobre todo, alentar una posición divergente a lo que era la voz única de la «verdad científica y gubernamental», era tachada de esto y de aquello.
El descrédito era inmediato. Ya no había posibilidad alguna de esgrimir razonamientos lógicamente construidos sobre lo que eran esos productos y, fundamentalmente, sobre las posibles consecuencias de lo que se preveía que podía venir.
¿Dónde estaba la Ciencia (con mayúscula) para acotar lo que era válido según sus estándares y lo que no? Desaparecida en combate. La que se vio que no daba abasto era la ciencia (esta vez en minúscula), que intentaba echar balones fuera y encorsetar el paradigma de «seguras y eficaces» y eso de que «han salvado millones de vidas».
Pura propaganda que nada tiene que ver con la verdadera Ciencia.
La turbiedad de esos años locos en el ámbito de la Ciencia todavía se está viviendo, a modo de resaca, con el comportamiento de las revistas llamadas «científicas». Están maltratando y censurando a los autores, investigadores científicos, que se están atreviendo, cada vez más, a mostrar que las cosas no son como nos las han contado.
En la actualidad, las revistas siguen bloqueando las ideas no afines a la gran y única verdad absoluta, establecida por los que copan los consejos editoriales de esas máquinas de hacer dinero. Esto es en lo que se han convertido ahora mismo esas publicaciones.
Todo un mecanismo diseñado para mantener una verdad indefendible. Lo que no le interesa al sistema no se publica. Y cuando se dignan argumentar los motivos de sus negativas a acoger esos trabajos de investigación de tan aparente mal gusto, se quedan tan anchos diciendo que se ha realizado una revisión sistemática por parte de su equipo editor, que lamentan que los autores no piensen de la misma forma… pero que… hasta ahí. La decisión es irrevocable.
Cuando esto sucede en una revista… puede ser mera casualidad. Pero cuando el fenómeno se repite en diferentes revistas… da que pensar.
Una de las ideas que pueden surgir en una persona con criterio es que la investigación de turno no alcanzara el nivel mínimo como para ser publicada en una revista científica. Esta posibilidad, apriorísticamente, es admisible.
Pero cuando el tema estudiado hace saltar las alarmas en cuanto a la realidad microscópica que esconden las inoculaciones covid-19 y los descubrimientos son sacados a la luz por diversos científicos expertos en genética en diversas partes del mundo… ya no parece que el tema carezca de la importancia necesaria para su publicación y tenemos que buscar otras razones para que no se permita su inclusión en las revistas.
La sensación que da la situación es que el sistema se está resquebrajando. Sobre todo si miramos un poco más allá del tema covid-19.
Ahora mismo, la tendencia de las políticas gubernamentales en materia de salud pública es vacunar a la población de todo lo imaginable y, sobre todo, haciendo uso de la nueva tecnología estrella: la plataforma ARNm junto a nanopartículas lipídicas como transporte eficaz de los trocitos de código genético inoculados.
Parece que les dé lo mismo si el experimento covid-19 ha resultado en una millonaria cifra de personas afectadas por efectos adversos, incluso por la muerte. En lugar de ponerse a investigar la correlación observada en un montón de trabajos entre esta gran cantidad de patología y la coincidencia de las campañas de inoculación masiva (correlaciones de altísima significación estadística), el argumento a usar sigue siendo: «las vacunas son seguras y eficaces»… y, por si esto fuera poco, «han salvado millones de vidas».
Les parece que ese mantra repetido hasta la saciedad es suficiente como para que no se pueda traspasar por el anhelo de conocimiento de unos científicos que no se conforman con escuchar y creer que todo está bajo control y que las cosas, la realidad, es así, sin duda alguna.
La cuestión es que parece que «se ha abierto el melón» de las vacunas en la población. Cada vez las personas, sobre todo los padres de hijos pequeños, se plantean una pregunta de absoluta obviedad: si nos han mentido con estas últimas inoculaciones… ¿no han podido engañarnos con ese mismo mantra de que el resto de vacunas «han salvado millones de vidas»?
La verdad es que las vacunas, en origen, no se han estudiado con la misma exigencia científica que los demás fármacos. Los estudios de calidad para un producto nuevo son los estudios aleatorios, doble ciego, frente a una sustancia placebo real. Y los productos mejorados (las actualizaciones de nuevas vacunas) se estudian, tanto en seguridad y eficacia, frente a sus antecesoras, dadas como seguras y eficaces.
En general, las vacunas no se han estudiado en origen frente a placebos reales. En lugar de sustancias inertes, han inoculado otras sustancias como los adyuvantes (sustancias ya de por sí tóxicas para nuestros organismos)… u otras vacunas tampoco estudiadas en origen frente a placebo real.
La cuestión se ve muy claramente tal y como se expone en el libro «Tortugas hasta el fondo». Es una obra totalmente recomendable para adentrarse en la realidad científica de las vacunas en general.
Es curioso que ésta sea una obra anónima. Se puede comprender fácilmente por qué sus autores han elegido no mostrar sus nombres. ¿A quién le gustaría ser un mono de feria colocando una diana en su rostro y ser destinatario de juicios sumarísimos «ad hominem»?
El libro está lleno de citas bibliográficas de primer nivel. Todos los estudios a los que se refiere son de primera calidad y escritos en las revistas científicas más prestigiosas. No hay posibilidad de refutación. Pero, a la vez, es un libro de fácil lectura y comprensión. No marea al leerlo.
¿Cuál es el mensaje último de este libro? Pues que lo que se nos ha dicho no está sustentado por la Ciencia objetiva y que faltan estudios serios, sin conflictos de interés, frente a placebos reales de la totalidad de las vacunas existentes en la actualidad.
¿Qué dificultad habría en realizar este tipo de estudios entre personas vacunadas y no vacunadas, cuando hay grupos de personas que no se han inoculado ningún producto? Para no ir más lejos, ahí tenemos a las comunidades «Amish» de los EEUU. Viven sin contacto alguno con la tecnología ni con vacunas de ningún tipo.
Los pocos intentos de sacar a la luz estudios comparativos entre niños vacunados y no vacunados respecto a su estado de la salud han mostrado el mejor estado de salud y menos visitas al médico de los niños no vacunados.
Se ve bien claro que no se quiere estudiar este fenómeno. ¿Por qué será?
Pero este tema de la podredumbre de la ciencia (con minúscula) va más allá del fenómeno covid-19, incluso más allá del tema «vacunas», en general.
En el ámbito de la salud pública, en EEUU actualmente se está generando bastante movimiento, por ejemplo, en la fluoración de las aguas de consumo público. Esta práctica está generalizada en ese país desde hace muchas décadas y roza el escándalo por saberse que la fluoración en determinadas dosis afecta al desarrollo neurológico de los niños. Hay diversos estudios que lo avalan.
Incluso un juez del Tribunal Superior de California se ha plantado para hacerle un feo a la EPA, la agencia de salud pública de EEUU que se dedica a temas ambientales, haciéndoles ver que ya ha llegado la hora de replantear, a la luz del actual conocimiento científico, que lo que se consideró «un logro de salud pública» ha dejado de serlo y se ha convertido en una acción generadora de efectos adversos en la población, fundamentalmente en los niños pequeños.
Pues no dan su brazo a torcer, y los abogados de la EPA han reaccionado diciendo que van a apelar esa sentencia judicial.
No sé qué pasará tras la cita de Robert Kennedy Jr. del día 29 en el Senado. No tengo ni idea si le darán el plácet o no para dirigir el HHS (algo así como el Ministerio de Sanidad de EEUU), tal y como lo ha nominado el actual presidente Donald Trump.
No soy un seguidor de Donald Trump pero estoy confiado en el quehacer de las personas que ha designado para responsabilizarse de los puestos clave de la administración norteamericana en temas de salud y medio ambiente. Al menos, sus anteriores trayectorias personales así lo manifiestan.
Este histriónico presidente ha sacado a su país de dos ciénagas de primer orden: la OMS y la farsa climática. Y tiene como objetivo dejar de apoyar la «ideología Woke», tan nefasta para la sociedad y para la humanidad. Pero no por ello tiene mi total apoyo.
Tiempo al tiempo. Ver venir.
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Salud para ti y los tuyos.