Cámara Fuerte de Semillas en el Ártico
Me ha llegado una de esas informaciones que podría, fácilmente, dificultarnos la digestión de una comida… Voy a resumirla aunque, aun y todo, resulta algo extensa de leer. Pero creo que merece la pena saber qué ocurre en el mundo, y qué nos ocultan…
Svalbard, un árido trozo de roca en la isla noruega de Spitsbergen, parte del grupo de islas Svalbard, en el Mar de Barents, cerca del Océano Ártico, a unos 1.100 kilómetros del Polo Norte. Oficialmente, el proyecto se llama la Cámara Semillera Global Svalbard.
Si se escarba en los participantes del proyecto, aparte de las mayores empresas de biotecnología (Monsanto, Syngenta, Pioneer-Dupont) y de la Fundación de los Gates, tenemos a la Fundación Rockefeller, promotora junto a la Fundación Ford, del CGIAR (Grupo Consultivo global sobre la Investigación Internacional de la Agricultura), la red global creada para promover su ideal de pureza genética mediante el cambio agrícola.
La misma Fundación Rockefeller creó la así llamada Revolución Verde, en 1946. La Revolución Verde pretendía solucionar considerablemente el problema del hambre en el mundo en México, India y en otros países seleccionados en los que trabajaba Rockefeller. En realidad, como quedó en claro años más tarde, la Revolución Verde fue un brillante ardid de la familia Rockefeller para desarrollar un agro-negocio globalizado que luego podría monopolizar, igual como lo había hecho medio siglo antes con la Industria Petrolera mundial. Como declarara Henry Kissinger en los años setenta: “Si se controla el petróleo, se controla el país; si se controlan los alimentos, se controla a la población”.
La Revolución Verde se basaba en la proliferación de nuevas semillas híbridas en los mercados en desarrollo. Un aspecto vital de las semillas híbridas era su falta de capacidad reproductiva. Las híbridas incorporaban una protección contra la multiplicación. A diferencia de especies normales polinizadas abiertamente, cuyas semillas permitían rendimientos similares a los de sus progenitores, el rendimiento de las semillas dadas por plantas híbridas era significativamente inferior al de la primera generación. Esto significa que los agricultores deben, normalmente, comprar semillas cada año a fin de obtener altos rendimientos.
La concentración global de patentes de semillas híbridas en un puñado de gigantescas compañías semilleras, dirigidas por Pioneer Hi-Bred (de DuPont) y Dekalb (de Monsanto), estableció la base para la ulterior revolución de la semilla OGM. La introducción de la tecnología agrícola moderna estadounidense, de fertilizantes químicos y semillas híbridas comerciales, contribuyeron en conjunto a hacer que los agricultores locales en los países en desarrollo, particularmente los mayores, más establecidos, dependieran del aporte del agro-negocio y de las compañías petroquímicas, en su mayoría estadounidenses.
Un importante efecto de la Revolución fue la despoblación del campo de campesinos que fueron obligados a huir a los barrios de chabolas alrededor de las ciudades en una búsqueda desesperada de trabajo (mano de obra necesitada y, por ende, barata). Surgieron, asimismo, problemas por el uso indiscriminado de los nuevos pesticidas químicos, a menudo con serias consecuencias para la salud. Los primeros resultados fueron impresionantes: rendimientos dobles o incluso triples de algunos cultivos tales como el trigo y, después, el maíz en México. Pero eso pronto se desvaneció. Con el pasar del tiempo, el monocultivo de nuevas variedades de semillas híbridas redujo la fertilidad del suelo y el rendimiento.
Curiosamente, los fertilizantes son productos químicos compuestos de nitratos y de petróleo, materias primas controladas por las importantes compañías petroleras, dominadas por los Rockefeller. La Revolución Verde fue sólo una revolución química, financiada a los grandes terratenientes por los créditos del Banco Mundial y bancos norteamericanos con la garantía del gobierno de EE.UU. Los pequeños campesinos no podían permitirse los productos químicos y tuvieron que pedir prestado dinero. Después de la cosecha, tuvieron que vender la mayor parte, si no todos sus productos, para pagar préstamos e intereses. Llegaron a depender de prestamistas y comerciantes; y, a menudo, perdieron sus tierras. Según la revista Athanor, citando fuentes del Ministerio de Agricultura de India, en torno a 1.000 pequeños agricultores se suicidan mensualmente debido a su situación económica insostenible consecuencia del endeudamiento a prestamistas.
Desde decenios, los mismos intereses, que incluyen a la Fundación Rockefeller que respaldó la Revolución Verde inicial, han trabajado para promover una segunda “Revolución Genética”: la difusión de la Agricultura Industrial y de otros productos comerciales, incluyendo las semillas patentadas OGM.
Gates, Rockefeller y una Revolución Verde en África
Es curioso saber que las mismas Fundaciones (Rockefeller, Gates) también estén invirtiendo millones en un proyecto llamado “Alianza por una Revolución Verde en África (AGRA)”. Como presidente de dicha alianza está el ex-Secretario General de la ONU, Kofi Annan. En su discurso de aceptación, en un evento del Foro Económico Mundial en Ciudad del Cabo, Sudáfrica, en junio de 2007, Kofi Annan declaró: “Acepto este desafío con gratitud a la Fundación Rockefeller, a la Fundación Bill & Melinda Gates, y a todos los demás que apoyan nuestra campaña africana.”
La función de estas organizaciones sería difundir sus semillas OGM patentadas por toda África bajo la engañosa etiqueta de ‘biotecnología’, el nuevo eufemismo para semillas patentadas genéticamente modificadas. África es el próximo objetivo de la campaña del gobierno de EE.UU. por extender los OGM a todo el mundo. Sus ricos suelos la convierten en un candidato ideal.
¿Por qué Svalbard justo ahora?
No es por accidente que las fundaciones Rockefeller y Gates se unan para impulsar una Revolución Verde al estilo OGM en África, al mismo tiempo que financian silenciosamente la Cámara de Semillas en Svalbard. Los gigantes del agro-negocio están metidos hasta el cuello en el proyecto Svalbard.
El proyecto Svalbard será operado por una organización llamada Fundación mundial por la diversidad de los cultivos (GCDT). ¿Quiénes son para poseer una responsabilidad tan impresionante sobre todas las variedades de semillas del planeta? La GCDT fue fundada por la FAO y Bioversity International (anteriormente el Instituto Internacional de Investigación Genética de Plantas), un vástago de la CGIAR. Entre los miembros del consejo de GCDT se encuentran personas (con nombres y apellidos, que sería prolijo nombrar en esta entrada) relacionadas con asociaciones y empresas que controlan o sirven a los intereses de este grupo de humanos sin conciencia en su intento de dominio global.
El control por las compañías semilleras privadas, a través de las semillas programadas para ‘suicidarse’ después de la cosecha, es total. Tal control y poder sobre la cadena alimentaria nunca ha existido previamente en la historia de la Humanidad. Si fuera ampliamente introducida en todo el mundo, posiblemente podría convertir en una década o algo así a la mayor parte de los productores de alimentos del mundo en nuevos siervos feudales esclavizados por unas pocas compañías semilleras gigantes (Monsanto, Syngenta, DuPont, Dow Chemical, Bayer…). Eso, desde luego, podría también abrir la puerta para que esas compañías privadas, tal vez bajo órdenes de su gobierno anfitrión, Washington, nieguen las semillas a uno u otro país en desarrollo cuya política se pueda volver contra la de Washington.
No se puede decir que esas compañías privadas tengan antecedentes inmaculados en términos de manejo de la vida humana. Desarrollaron y proliferaron invenciones como la Dioxina, los PCB, el Agente Naranja (¿nos acordamos de la guerra de Vietnam?); encubrieron durante décadas evidencia obvia de consecuencias carcinogénicas u otras severas para la salud humana del uso de productos químicos tóxicos; han enterrado informes científicos serios de que el herbicida más generalizado del mundo, Glifosato, el ingrediente esencial en el herbicida Roundup de Monsanto vinculado a la compra de la mayoría de las semillas genéticamente modificadas de Monsanto, es tóxico cuando se escurre al agua potable. Dinamarca prohibió el Glifosato en 2003 cuando confirmó que ha contaminado el agua subterránea del país.
La FAO de la ONU enumera unos 1.400 bancos de semillas en todo el mundo, el mayor es el del gobierno de EE.UU. Otros grandes bancos son mantenidos por China, Rusia, Japón, India, Corea del Sur, Alemania y Canadá, en orden de tamaño descendente. Además, CGIAR opera una cadena de bancos de semillas en centros seleccionados en todo el mundo.
CGIAR, establecido en 1972 por la Fundación Rockefeller y la Fundación Ford para propagar su modelo del agro-negocio de la Revolución Verde, controla la mayor parte de los bancos de semillas privados desde las Filipinas a Siria, Kenia… En total, esos bancos de semillas actuales tienen más de seis millones y medio de variedades de semillas, casi dos millones de las cuales son ‘diferentes’. La cámara Svalbard tendrá capacidad para albergar dos mil millones de semillas diferentes.
¿Los OGM como arma de la guerra biológica?
¿Puede el desarrollo de semillas patentadas para la mayoría de los principales cultivos de subsistencia del mundo como son el arroz, maíz, trigo, y granos alimenticios como la soja, ser utilizado en última instancia en una forma horrible de guerra biológica?
Una pequeña compañía de biotecnología de California, Epicyte, anunció en 2001 el desarrollo de maíz genéticamente modificado que contenía un espermicida que esterilizaba el semen de los hombres que lo comían. En esa época, Epicyte tenía un acuerdo de sociedad conjunta para propagar su tecnología con DuPont y Syngenta, dos de los patrocinadores de la cámara de Semillas del día del juicio final en Svalbard. Posteriormente, Epicyte fue adquirida por una compañía de biotecnología de Carolina del Norte. Fue sorprendente saber que Epicyte había desarrollado su maíz OGM espermicida con fondos de investigación del Departamento de Agricultura de EE.UU. [USDA], el mismo que, a pesar de la oposición mundial, siguió financiando el desarrollo de la tecnología Terminator (semillas suicidas), ahora en manos de Monsanto.
En los años noventa, la Organización Mundial de la Salud de la ONU lanzó una campaña para vacunar a millones de mujeres en Nicaragua, México y las Filipinas, entre las edades de 15 y 45 años, supuestamente contra el tétano, una enfermedad que resulta de cosas como pisar un clavo oxidado. La vacuna no fue suministrada a hombres o muchachos, a pesar de que presumiblemente es tan probable que pisen sobre clavos oxidados como las mujeres.
Por esta curiosa anomalía, el Comité Pro-Vida de México, una organización católica laica entró en sospechas e hizo que se realizaran pruebas con muestras de la vacuna. Los ensayos revelaron que la vacuna contra el tétano propagada por la OMS sólo para las mujeres de edad de procrear contenía Gonadotropina Coriónica o HCG, una hormona natural que, cuando es combinada con un portador de anatoxina tetánica, estimula anticuerpos que hacen que una mujer sea incapaz de sustentar un embarazo. No se informó a ninguna de las mujeres vacunadas.
Más adelante se supo que la Fundación Rockefeller junto con el Consejo de la Población de Rockefeller, el Banco Mundial (casa del CGIAR), y el Instituto Nacional de Salud de EE.UU. habían estado involucrados en un proyecto de 20 años de duración iniciado en 1972 para desarrollar la encubierta vacuna abortiva con un portador de tétano para la OMS. Además, el gobierno de Noruega, anfitrión de la cámara de Semillas del día del juicio final de Svalbard, donó 41 millones de dólares para desarrollar la vacuna abortiva especial contra el tétano.
¿Será coincidencia que esas mismas organizaciones, desde Noruega, a la Fundación Rockefeller, al Banco Mundial, estén también involucradas con el proyecto del banco de semillas en Svalbard? Según el profesor Francis Boyle, quien redactó la Ley Antiterrorista de Armas Biológicas de 1989, promulgada por el Congreso de EE.UU.: “el Pentágono se prepara ahora para librar y ganar la guerra biológica” como parte de dos directivas de estrategia nacional de Bush, adoptadas, señala, “sin conocimiento y estudio público” en 2002. Boyle agrega que, sólo en 2001-2004, el gobierno federal de EE.UU. gastó 14.500 millones de dólares en trabajo civil relacionado con la guerra biológica.
Hay 497 subsidios de los NIH (Institutos Nacionales de la Salud) de EE.UU. sólo para investigación de enfermedades infecciosas con potencial para la guerra biológica. Por cierto, esto es justificado bajo la rúbrica de la defensa contra posibles ataques terroristas, como tantas cosas en la actualidad. Muchos de los dólares del gobierno de EE.UU. gastados en la investigación para la guerra biológica tienen que ver con la Ingeniería Genética.
El tiempo dirá, Dios no lo quiera, si el banco de semillas de Svalvard de Bill Gates y la Fundación Rockefeller forma parte de otra Solución Final, involucrando la extinción del difunto, gran planeta Tierra.
Salud para ti y los tuyos.