Cáncer

(imagen tomada de aquí)

Cuando la palabra «cáncer» aparece en nuestra mente, es fácil notar un cierto escalofrío, una cierta angustia vital porque, quien más quien menos, hemos visto o sentido en nuestras carnes las consecuencias de los dramáticos zarpazos que esa manera de enfermar ha causado en alguien cercano o querido.

De hecho, en el lenguaje coloquial, se dice que tal o cual cosa es el cáncer de… (la sociedad, de una estructura cualquiera…) cuando queremos describir una característica destructiva por excelencia.

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Curiosamente, la única acepción que conozco de esta palabra que muestra otro tipo de significado bien distinto al mencionado, es la relacionada al signo astrológico Cáncer. en este caso, nos transmite todo el conjunto de características arquetípicas que tienen que ver con la madre y su contacto: la relación materno-filial: ternura, comprensión, nutrición, seguridad, apoyo, acogimiento, calidez, la casa, la cocina…

En esta ocasión, voy a referirme a la primera y principal acepción, la que primero nos viene cuando, en la vida, se nos cruza esa palabra. Y el motivo es lo que, en las escasas ocasiones en las que veo algún titular de noticia, he tenido ocasión de contemplar: las declaraciones de ciertas personas del mundo del espectáculo, los totems de esta sociedad caduca.

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Hace un par de semanas salió a la prensa, a través de un artículo o carta dirigida al New York Times por la propia protagonista (raro, ¿no?), que tenía la intención de amputarse las dos glándulas mamarias por un posible riesgo de sufrir cáncer de mama, al poseer una variante genética coincidente con patologías de ese tipo. Y no sólo eso, sino que estaba previendo extirparse los dos ovarios por el mismo motivo…

No voy a mencionar el nombre de la portadora de ese cuerpo, tan anhelado por la mitad de los hombres de este planeta que la hayan visto en alguna de sus apariciones por las pantallas de los medios. (El que no sepa nada sobre esta noticia que levante la mano).

El caso es que me parece alucinante, un despropósito total, la campaña de desinformación que vuelcan sobre los consumidores de pantalla y la aborregada población en general. O sea, que nuestro futuro estado de salud depende fundamentalmente de nuestro código genético, y la mejor manera de librarse de una dolencia grave es mutilarnos. Claro como el agua: «muerto el perro, se acabó la rabia».

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Es que ya no saben qué hacer con la investigación genética… Perdonad, rectifico: sí saben qué hacer con la investigación genética y sus consecuencias. Las grandes corporaciones (léase, los que están detrás de las grandes industrias, que son las que investigan en el mundo actual) están luchando (y parcialmente consiguiendo) para patentar todo lo que tenga que ver con sus investigaciones…, y las sustancias base de esas investigaciones.

O sea, que están queriendo patentar los propios genes. Lo que han hecho ya con las semillas de la agricultura transgénica; que, si caen en cualquier campo, las plantas nacidas no son propiedad del sufrido e invadido agricultor sino de la empresa propietaria de la patente de tales semillas… Un despropósito avalado por jueces.

Otra muestra de esta locura publicitaria a gran escala la vi ayer mismo en un titular que informaba sobre unas declaraciones de un actor tan admirado por su arte interpretativo como conocido por sus devaneos con la sexualidad. Tampoco me apetece nombrarlo aquí. ¿Y qué ha dicho? Pues que su cáncer de garganta «fue provocado por sus prácticas de sexo oral». Increíble pero cierto.

¿A quién quieren engañar? ¿Qué pretenden con esta campaña de información tan retorcida? En mi opinión, juegan con el miedo que suscita la palabra «cáncer», puesto que la respuesta rápida de cualquier persona desinformada o mal informada va a ser hacer lo que sea para evitarlo.

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Como me he alargado un poco en esta introducción sobre el tema, dejo para una siguiente ocasión el hablar más detenidamente sobre el cáncer como enfermedad y su relación con la vida de las personas.

Salud para ti y los tuyos.