El sarampión y el coco

EL SARAMPIÓN Y EL COCO

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Como ya es habitual en este blog, y como deferencia a las personas que prefieren escuchar a leer, voy a colgar a continuación el vídeo del texto.

Esto del sarampión me suena a aquel chiste en el que un niño le dice a otro niño «elige: susto o muerte».

Parece que al sarampión se le ha endilgado actualmente representar más o menos el papel del «coco» de los cuentos infantiles. «Si no te comes la sopa vendrá el coco», «si te portas mal, vendrá el coco y te llevará»…, etc., etc. Un personaje al que se le debe temer y al que es mejor evitar a toda costa.

El tema del sarampión está ahora volviendo a aparecer en los medios de comunicación como una amenaza importante para los sistemas de salud pública en las naciones económicamente desarrolladas. Y es que se le había dado por casi erradicado.

Tenemos insertos en nuestro inconsciente colectivo los ecos de la enorme mortalidad infantil que el sarampión generó al comienzo del siglo pasado. Y no fue broma, no. Fue muy real.

Pero creo necesario realizar una distinción importante respecto al sarampión y el declive de su mortalidad durante la primera parte del siglo XX. El mensaje que se nos ha mostrado, y más a los médicos en las Facultades de Medicina, es que ha sido gracias a la vacunación masiva de los niños el que el sarampión haya dejado de ser una amenaza para la vida de los seres humanos.

Y este mensaje, literalmente hablando, no es correcto. Como se puede comprobar en el siguiente gráfico, la realidad es que la mortalidad por sarampión fue disminuyendo gradualmente en las sociedades más desarrolladas durante la primera mitad del siglo XX, en la medida en que mejoraron las condiciones de salud pública: mejor alimentación, un hábitat más higiénico y acogedor, mejor educación, el respeto a los niños impidiendo su esclavitud laboral, etc.

Voy a mostrar un gráfico de mortalidad por sarampión en EEUU que aclara lo que acabo de describir.

MORTALIDAD SARAMPIÓN - U.S.A. (1910-1970)

Los propios datos del CDC norteamericano refuerzan la gráfica anterior.

MORTALIDAD SARAMPIÓN - U.S.A. (1912-1983)

Como se puede apreciar, la disminución franca de la mortalidad por sarampión sucedió antes de la instauración de la vacunación masiva, señalada por una flecha vertical.

Y no sólo ocurrió este fenómeno en la sociedad norteamericana, que generalmente vemos como adalid o modelo en este tipo de cosas. También en España, país en el que asimismo se pueden realizar recuentos epidemiológicos fiables, la curva de la tasa de mortalidad por sarampión ofrece la misma visión que en EEUU.

MORTALIDAD SARAMPIÓN - ESPAÑA (1901-1986)

En la década de los 60 del siglo pasado se instauró la vacunación masiva infantil frente al sarampión; y, como hemos podido observar en las gráficas anteriores, para esas fechas, la mortalidad por sarampión era, felizmente, muy reducida, prácticamente inexistente.

¿Qué efectos ha tenido esa vacunación masiva infantil? En primer lugar, no la ya comentada disminución de la tasa de mortalidad por esta enfermedad sino la disminución de su incidencia. Esto quiere decir que los niños dejaron de padecer el sarampión (con bastante eficacia) como habitualmente lo hacían antes de las vacunaciones.

Esto es así. Se tengan las creencias que se tengan, opinemos lo que opinemos frente a las vacunaciones en general y frente a la del sarampión en particular.

Otra cuestión diferente es si las vacunas frente al sarampión, la «MMR» o «vacuna triple vírica», junto a la rubeola y la parotiditis (coloquialmente, las «paperas»), han provocado o no diversos efectos adversos. Y aquí entramos en un tema, el de los efectos adversos de las vacunas en general, en el que hay una polarización muy marcada entre posiciones firmemente atrincheradas.

Por un lado, están los sistemas de salud pública oficiales, que afirman la bondad de la vacuna sin prestar demasiada atención a los posibles efectos adversos que pudieran producirse. Por otro, los sectores para mí mal denominados «antivacunas», que están constituidos por grupos de personas apoyados por científicos o sanitarios disidentes de la verdad oficial, que cuestionan los logros de las vacunas y enfocan más a los posibles riesgos de inocularlas en los niños.

Mi planteamiento personal y profesional está alojado, obviamente, en este último grupo, pero siempre me veo abierto a que se me demuestre con pruebas irrefutables la bondad y, al mismo tiempo, la ausencia de maldad de las vacunas. En este sentido, me tengo por una persona bastante abierta, no dogmática.

Si nos centramos en la propia enfermedad del sarampión, huelga decir que es una enfermedad propia de la infancia, y que cuando se pasaba en esa época era una enfermedad leve, generalmente caracterizada por un proceso catarral en las mucosas respiratorias y en los ojos, acompañado luego de fiebre que, en los siguientes días, cuando sucedía la explosión cutánea podía alcanzar hasta los 40-41ºC.

Durante la fase cutánea de la enfermedad, aparecían unas lesiones típicas: además de unas manchitas blancas en la mucosa de la boca, unas manchas cutáneas rosadas que podían hincharse levemente (lesiones maculopapulares) y que solían aparecer en la cara y cuello del niño. En la evolución del cuadro, en los siguientes días se extendían por todo el cuerpo.

En la Facultad de Medicina, en la asignatura de Pediatría, una de las cuestiones típicas a estudiar era aprender a realizar perfectamente el diagnóstico diferencial entre las diversas enfermedades exantemáticas. O sea, las enfermedades infantiles con granos. El sarampión se caracterizaba porque sus lesiones maculopapulosas tenían la especificidad de ser confluyentes, de poderse juntar.

La evolución natural del sarampión en un niño con un estado alimentario normal y sin problemas en su sistema inmunológico es que se resuelva de forma espontánea en una semana o 10 días desde la aparición de los granos, aproximadamente.

¿Pueden suceder complicaciones durante la enfermedad? Claro que sí, generalmente respiratorias y neurológicas. Y en determinados casos, cuando hay unas condiciones basales difíciles en el niño, pueden llegar a ser graves. Aun y todo, la mortalidad rondaba en occidente en alrededor del 0’1 de cada 1000 casos.

Ahora, en EEUU han sonado las alarmas ante la desgraciada muerte de una niña en Texas. Y, especialmente, por no estar vacunada. Tristísima noticia la muerte de cualquier niño. Sin duda alguna. Pero no veo que se hable sobre cómo fue atendida esa niña, qué tratamientos se le administraron ni tampoco, de ninguna manera, sobre los efectos adversos, muertes incluidas, relacionadas con la vacuna.

En la siguiente gráfica se pueden observar las muertes por sarampión en EEUU y las relacionadas con su vacuna.

MUERTES POR VACUNA VS. MUERTES POR SARAMPIÓN EEUU (2000-2024)-

Es evidente que no se puede saber el número de muertes que habrían sobrevenido estadísticamente hablando si no se vacunara a los niños del sarampión. Es cierto. Pero una cosa no quita la otra, dado que las vacunas se inoculan a niños supuestamente sanos que no tendrían por qué sufrir complicaciones graves por padecer el sarampión, repito, una enfermedad generalmente leve.

A lo que voy es que en mi infancia, por los años 60 del siglo pasado, era normal que un niño de unos 3-4-5 años padeciera esta enfermedad. Yo mismo me acuerdo de mi aislamiento en casa. Y no pasaba nada… salvo la incomodidad de vivir el trance. Además, pasar por la enfermedad llevaba consigo poseer una inmunidad de por vida frente a la misma.

La vacuna actual, «viva atenuada», o sea, con el germen entero pero sin tanta virulencia como el común, es una vacuna efectiva a la hora de prevenir el sarampión y es una de las pocas que realmente genera una inmunidad de grupo.

La inmunidad generada por la vacuna no es total y para siempre jamás, tal y como sí lo es pasar por la enfermedad. El caso es que el sarampión en una persona adulta está relacionado con más posibilidad de complicaciones graves, sobre todo de tipo respiratorias (neumonías) y neurológicas (encefalitis, con una incidencia de 1 caso por cada 1000-2000).

¿Y por qué una persona adulta debería padecer sarampión? Lo normal sería que lo hubiera pasado en su infancia. Pero cuando se le vacuna a un niño y la inmunidad puede perder efectividad con los años, o cuando no se le vacuna y no ha pasado por la enfermedad, es más factible que, llegada la situación, la persona adulta no tuviera un sistema de defensa eficaz frente al sarampión.

Evidentemente, en todo este relato me estoy refiriendo al paradigma microbiano preponderante en la actualidad, por el que las enfermedades infecciosas son generadas por unos bichitos con mala leche que nos quieren mal, haciendo todo lo posible para enfermarnos y aniquilarnos… Pero éste no es el tema en el que quiero entrar ahora mismo a la hora de escribir este texto.

En la actualidad, en los países desarrollados económicamente ¿el sarampión puede llegar a ser un problema real de salud pública? Absolutamente, no.

Lo que percibo ahora con el cambio producido en las altas esferas del gobierno de EEUU es una llamada al coco infantil. Cuando lo que veo, sin duda alguna para mí, es que lo que se está intentando hacer, tanto por el director del HHS o Departamento de Salud (Robert Kennedy Jr.) como por el del NIH o Instituto Nacional de la Salud (posiblemente Jayanta Bhattacharya, actualmente en trámite de ser apoyado por el Senado), estudiar, poner blanco sobre negro, dar luz, ser transparentes (elige la expresión que te parezca mejor) en el tema de las vacunas: su eficacia y, fundamentalmente, su seguridad.

¿Desde cuándo la Ciencia (con mayúscula) ha puesto fronteras al campo y ha impedido obtener información sobre temas importantes en el ámbito de la salud? La Ciencia se alimenta de la duda constante y del continuo intento de clarificar datos y establecer relaciones causales entre diversas realidades.

Ya es hora de mirar a las vacunas como unos productos farmacéuticos importantes y que, por eso mismo, deben contar con el respaldo de unos estudios rigurosos alejados de las manipulaciones actuales de la industria farmacéutica y sus apesebradas agencias reguladoras.

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Salud para ti y los tuyos.

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