La construcción de la seguridad (2 de 2)

LA CONSTRUCCIÓN DE LA SEGURIDAD (2 DE 2)

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Como ya es habitual en este blog, y como deferencia a las personas que prefieren escuchar a leer, voy a colgar a continuación el vídeo del texto.

Con este escrito voy a dar continuidad y finalizar el tema que inicié en la anterior entrada del blog con el mismo título: La construcción de la seguridad.

Después de hacer mención a la necesidad de ser aceptados por la tribu y a la adquisición de la suficiente «energía materna» para sentirnos seguros dentro del nido en las primeras fases de nuestra vida, ahora corresponde a la segunda y también importante vertiente: la «energía paterna».

Es preceptivo, de la misma forma que lo hice en la anterior entrada (y si no tuviste oportunidad de leerla, sería interesante que te tomaras unos minutos más para hacerlo), realizar una distinción básica sobre conceptos que pueden llegar a confundirse.

En primer lugar, está la «figura paterna», nuestro padre físico. Es el máximo representante de la energía paterna, a la que voy a dedicar este artículo.

Por otro lado, la «figura masculina» hace referencia a un hombre, que puede ser nuestro padre o no. Y, por el hecho de ser un hombre, está adornado de unos caracteres sexuales muy explícitos entre las ingles. No hay confusión posible.

En cambio, la «energía masculina» puede ser ejercida por un hombre, que es lo más habitual, pero también por una mujer. Son, generalmente, ese tipo de mujeres «con dos narices», que ponen el punto final en las conversaciones y que no se achantan ante la oposición de otras personas a sus posturas.

También pueden caber en la «energía masculina» las personas adscritas al laberinto de géneros que nos tienen acostumbrados los medios de comunicación y la propaganda de la agenda multicolor, pero tales individuos deberían portar una serie de características que voy a mostrar a continuación.

Para mi forma de entender este tipo de cosas, identifico que una persona (hombre, mujer o lo que quiera ser) muestra «energía masculina» cuando se comporta en sus relaciones, en el escenario compartido, con lo que coloquialmente se dice «carácter», cuando no se arredra a la hora de defender sus posiciones, cuando es capaz de dar un puñetazo en la mesa marcando el fin de una discusión, la última palabra.

A la «energía paterna», más o menos la defino como la «energía masculina» en el contexto de un hogar. Biológicamente, suele corresponder a los hombre diestros, pero también hay mucha energía masculina en las mujeres zurdas. Y más en las mujeres de mi tierra vasca.

Con esto no quiero insinuar, ni por asomo, que los hombres diestros no puedan ser unos «padrazos» y que las mujeres zurdas estén biológicamente impedidas para comportarse como unas madres ejemplares. Pero la estadística biológica es la que es.

Como describí en el anterior texto, para una criatura que nace es fundamental llenarse de una energía materna en condiciones. ¿Y qué está haciendo durante esos primeros años la persona más representativa de la energía paterna, generalmente el padre?

Pues, simbólicamente, como si estuviéramos hablando de la prehistoria, monta guardia lanza en mano en la puerta de la cueva para que no entre el oso ni ningún ser humano hostil. En otras palabras, defiende el territorio donde reside el nido. Es el artífice de la seguridad externa, fuera del nido.

El niño se siente seguro en el nido fundamentalmente por el contacto de la energía materna pero también por la seguridad generada por la energía paterna, aunque ésta no sea percibida de forma consciente. Entre las dos figuras, materna y paterna, se construye la estabilidad suficiente y necesaria en el nido para que el niño o la niña se sientan seguros en sus inicios.

La energía paterna, tal y como la contemplo actualmente, es algo más que el padre, aunque la figura paterna suele estar incluida en la energía paterna. Sí, además de hablarnos del padre, la energía paterna nos habla de todo lo concerniente a la autoridad, de todo lo relacionado a la actividad laboral, así como al desenvolvimiento de la persona en el mundo.

Así que estamos hablando de una secuencia temporal que viene cronológicamente después del periodo de tiempo en el que la criatura está más o menos permanentemente a unos pocos metros a la redonda de la madre.

Sería el momento en el que el portador de la energía paterna tomara de la mano al hijo o hija y le llevara con él fuera del nido. Simbólicamente hablando, le enseñaría a cómo identificar los diferentes peligros: a los animales, para saber a cuál puede enfrentarse y a cuál no; a las personas, capacitándole para discriminar de cuáles puede fiarse y de cuáles no, cuáles son amigas o enemigas.

Todo esto derivará en la sensación de seguridad fuera del nido. En otras palabras, poseer la suficiente entereza como para saber defenderse y sobrevivir en el mundo.

Como se puede comprender con facilidad, los dos cimientos de la seguridad a los que me estoy refiriendo en los dos escritos son igual de importantes, aunque no son idénticos. Y en consulta se ven con mucha frecuencia problemas y conflictos derivados de carencias o dramas relacionados con los dos cimientos.

En el caso de la energía paterna, el tema más clásico (a riesgo de caer en generalizaciones simplistas) ha sido el de la castración de los hijos y el abuso de las hijas, aunque en mis muchos años de experiencia he visto casos de todo tipo en diferentes intensidades.

Un padre con un gran conflicto en su propia construcción respecto a la energía masculina puede cebarse sobre un hijo varón que traiga «maneras de gallito», contemplándolo como un posible enemigo. El comportamiento que suele seguir este padre, y que no tiene por qué ser plenamente consciente al hacerlo, es castrar al hijo para que en ningún momento le pueda vencer.

Este tipo de rivalidad es la que se produce en los ciervos macho en su lucha territorial por la supremacía a la hora de montar a las hembras. Claro, en el ejemplo con seres humanos, la lucha es dramáticamente desigual, pues se trata de un hombre biológicamente adulto dominando sin piedad, o de manera más sutil, a su hijo pequeño. La lucha puede llegar a ser cruenta cuando despunta la pubertad en el hijo y todavía no ha sido totalmente dominado.

Un hijo castrado de esta manera, cuando le toque recorrer su propio camino en la vida, puede comportarse con inseguridad, sentirse más perdido, encontrarse con jefes tiránicos y salir escaldado de los trabajos, no atreverse a emparejarse, vivir con miedo a los enfrentamientos, etc.

Al hablar de castración nos solemos olvidar de otro tipo de situación castrante, que es la que se deriva del excesivo arropamiento de los niños. Eso de tenerlos entre algodones, de darles todo tipo de objetos deseables, de no ponerles límites ante sus querencias… Y aquí esa castración puede ser ejecutada tanto por la figura materna como por la paterna.

Es lo que llamamos una castración simbólica. La consecuencia de ese tipo de conducta excesivamente permisiva también puede ser potencialmente desequilibradora para esa persona cuando sea adulta. Repito lo de «potencialmente» desequilibradora porque existen casos variopintos.

Cuando nos toca circular por la vida adulta, en muchas ocasiones nos encontramos con personas que nuestro inconsciente identifica como una energía paterna andante. Generalmente, son personas que ejercen autoridad: jefes, encargados, parejas, policías, jueces, etc.

Dependiendo de cómo se ha construido la propia energía paterna, al encontrarnos en la vida con estos tipos de personas pueden aflorar los contenidos albergados en el inconsciente, quizá de forma abrupta e irracional. El inconsciente no entiende de tiempo, vive en modo presente, y su lenguaje es simbólico; las más de las veces, no verbal.

No suelo trazar diagnósticos hacia adelante sino, al revés, esperar a que me lleguen personas con signos de conflicto y sólo entonces comenzar a montar el rompecabezas mirando hacia atrás.

Estos dos componentes a los que he hecho referencia en los dos artículos son la base fundamental en la construcción de todas las personas y siempre deben ser tomados en cuenta cuando en un ser humano se detectan características conflictuales de larga evolución.

Solemos necesitar entender o comprender lo que nos ocurre, así que espero que estos pequeños apuntes sobre el desarrollo infantil ayuden a identificar algunas realidades que nos afectan a todos, lo sepamos o no.

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