Medicina preventiva (1 de 2)

MEDICINA PREVENTIVA (1 de 2)

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Como ya es habitual en este blog, y como deferencia a las personas que prefieren escuchar a leer, voy a colgar a continuación el vídeo del texto.

Así es o, al menos era hace 43 años, el nombre resumido de una de las asignaturas del sexto curso de la licenciatura de Medicina. Curiosamente, fue mi única matrícula de honor a lo largo de mis seis años de formación básica en Medicina.

Coloquialmente, ¿qué se entiende por Medicina Preventiva? Habla del conjunto de procedimientos a utilizar para evitar el padecimiento de una enfermedad o de su propagación en una comunidad.

Existen varias maneras diferentes a la hora de enfocar la prevención de una enfermedad:

  • Prevención primaria: medidas a aplicar antes de que ocurra la enfermedad. Aquí están, por ejemplo, las indicaciones o consejos sobre estilos de vida saludables y las vacunas.

  • Prevención secundaria: medidas de búsqueda de una enfermedad antes de que produzca síntomas. En este apartado pueden encontrarse los cribados que pretenden identificar una enfermedad oculta en las personas.

  • Prevención terciaria: medidas para evitar complicaciones o secuelas cuando ya la persona está diagnosticada de una enfermedad. Aquí tenemos, por ejemplo, la típica heparina en personas intervenidas quirúrgicamente o administrar probióticos cuando se recetan antibióticos.

El sentido común indica claramente que hay una serie de cuestiones dignas de tener en cuenta para evitar enfermedades, y las más frecuentes entran de lleno en los hábitos de vida: alimentación, descanso, ejercicio físico, relaciones personales, etc. Como ya lo he descrito, esto entra de lleno en la prevención primaria.

Pero, realmente, ¿en qué se ha convertido la Medicina Preventiva? Dado que la enfermedad se ha catalogado como algo que nos viene del exterior, fundamentalmente gérmenes y tóxicos, se ha dirigido la atención, por un lado, hacia el hecho vacunal a diestro y siniestro (teóricamente una forma de prevención primaria) y, por otro lado, a la utilización de la tecnología y ciertos «marcadores» para detectar en fases iniciales el desarrollo de un cáncer (prevención secundaria).

Desde la perspectiva de la vacunología, básicamente, nuestro sistema inmune es un poco torpe en llevar a cabo su cometido y le tenemos que «enseñar a estimularse» frente a un posible enemigo microscópico para defendernos de sus malas intenciones. Y si no lo hacemos así, se nos asegura que enfermaremos y moriremos irremediablemente.

Respecto a la segunda deriva mencionada, se ha instaurado en la mentalidad de los médicos y, como efecto secundario, en la población en general, la necesidad de proponer una serie de cribados para detectar lesiones cancerosas en sus primeras fases. Su finalidad es poder actuar «preventivamente».

Así como en el tema vacunal parece que nuestras defensas frecuentemente pueden ser deficitarias y tenemos que actuar en su auxilio, en este tema del cáncer se piensa de la misma forma.

Parece no tener ninguna relevancia el hecho de que los seres humanos poseemos «de serie» en nuestros organismos un conjunto de procedimientos que neutralizan posibles cambios genómicos y mutaciones celulares.

Tampoco les parece importante que las revisiones de estudios tras emplear pruebas de cribado, por ejemplo en cáncer de mama (las mamografías), cáncer de colon (testaje de sangre en heces y posterior colonoscopia), cáncer de próstata (el dichoso PSA y tacto rectal), realmente no les den la razón en su planteamiento.

Tras el empleo de estas pruebas de cribado no se han comprobado descensos significativos en la mortalidad por todas las causas, siendo evidente, además, el daño provocado en un importante número de personas con diagnósticos falsos positivos, sometidas a intervenciones innecesarias.

Pero, erre que erre, la maquinaria de la «aparatología» médica está perfectamente engrasada y es reacia a pararse para reconsiderar si lo que genera es correcto o no.

Que casi el 20% de las mujeres diagnosticadas de cáncer de mama representan un claro ejemplo de sobrediagnóstico de algo que probablemente no les causaría problemas, por lo que su tratamiento sería innecesario… Esto no les provoca el mínimo interés.

Acabo de leer un mensaje en el chat del grupo de mi promoción (‘82) con una cita del Dr. Antonio Sitges-Serra, catedrático de Cirugía (ya jubilado) de la Universidad Autónoma de Barcelona. En 2020 escribió un libro titulado: «Si puede, no vaya al médico».

El hilo conductor de este libro es que no todo chequeo, prueba o diagnóstico significa cuidar la salud. Y coloca a la industria sanitaria, a la tecnología, a una cultura que rehúye la enfermedad y la muerte, y a los medios de comunicación como correa transmisora de este tipo de realidades en nuestra sociedad como causas provocadoras de una medicalización permanente.

Todo este proceso, según mi valiente colega, lleva a generar posiblemente más personas enfermas que sanas.

Siempre suelo comentar, al hilo de la tesis de mi colega, que si cualquier persona entra en un centro hospitalario para que le hagan un chequeo profundo… es muy fácil que se le detecten indicios de alguna posible enfermedad, aunque la persona esté aparentemente sana.

La cultura del chequeo y de los cribados a mansalva, desde mi punto de vista, no es adecuada. Y precisamente esto abre la puerta al último tipo de prevención que no he descrito al comienzo del texto. Es la prevención cuaternaria.

Consiste en evitar, disminuir o paliar el daño producido por las actividades sanitarias, especialmente aquellos daños derivados de intervenciones innecesarias o excesivas.

Chequeos médicos rutinarios, cribados innecesarios, tratamientos farmacológicos excesivos… Todo ello, por supuesto, sin una base científica que lo apoye.

Aquí también estarían esas vacunas que se han establecido como fundamentales para la supervivencia de la especie humana pero cuya base argumental es puro humo.

La medicina intervencionista, espoleada por la industria farmacéutica y la tecnología se resiste como gato panza arriba y sigue apoyando sus prácticas ciegamente como las que deben ser instauradas en la práctica médica.

Éste es un elefante en la habitación que no se quiere ver… pero que tampoco cabe debajo de ninguna alfombra y ya no se puede ocultar por más tiempo.

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Salud para ti y los tuyos.

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