Mi evolución en la Sanación
¿Quién me mandaría a mí meter la nariz en un nuevo sistema de interacción con los pacientes, teniendo como tenía una consulta bien estructurada, consolidada, en la que veía cómo las personas que consultaban empezaban a conocerse, a ir modificando actitudes frente a la vida y, a la vez, a sanarse?
Aunque esta pregunta surge impetuosamente, si miro mi evolución histórica, en el recorrido como profesional de la Medicina a lo largo de los años, me doy cuenta de que éste ha sido un caminar con paso firme a través de diversos periodos concatenados, en los que he ido integrando herramientas diferentes que han ido apareciendo en los márgenes del camino, pero con una dirección y sentido muy claros: el contacto personal con otros seres humanos descolocados (se les puede llamar enfermos, ‘ciegos’, inconscientes, perdidos,…).
Lo que observo es que cada paso que doy, el mecanismo de interacción se vuelve más simple, más sutil, más profundo. Y creo que aquí me voy a detener un poco a comentar sobre estas características.
Más simple
La simpleza en los medios, en las herramientas, es evidente. Mis comienzos estuvieron marcados por el conocimiento científico adquirido en la Facultad de Medicina. El tema estaba estructurado en describir el cuadro clínico del paciente, colocar una etiqueta con una palabra del argot médico (generalmente de origen griego o latino) que definiera el cuadro descrito (y si corresponde con un síndrome raro, con el nombre de la primera persona que lo describió y hay pocos casos en el mundo, mejor), localizar la causa, el origen de ese disturbio (generalmente se mira al exterior, factores externos que ‘le lleguen’ a la persona), y determinar el mejor tratamiento médico-quirúrgico (prefijado a través de estudios estadísticos a doble ciego, colocando en un mismo cajón a personas totalmente diferentes a las que sólo les une el pasar por un mismo cuadro clínico).
No quiero aburriros con la descripción de mis agobios a la hora de asimilar la relación de enfermedades, síntomas, tratamientos, fármacos (cual guía de páginas blancas de Telefónica),… con una mente de fácil dispersión como la mía. Fueron años duros, de esfuerzo, de no vivir mi adolescencia-juventud como le correspondía a un chaval de 17 años. No voy a decir que todo fue horroroso, pues hubo amistades, momentos inolvidables…
La primera simplificación la viví con la Medicina Tradicional China: todo se podía explicar, todo cabía, si la realidad la veía a través de la Teoría de los Cinco Elementos (Madera, Fuego, Tierra, Metal y Agua). Lo que hasta entonces aprendí a base de horas de estudio letárgico y perseverante, empezaba ahora a cobrar sentido a través de la resonancia de cada cosa con un Elemento de la Naturaleza, y la dinámica entre los Elementos (cosa que describen a la perfección los chinos en su forma de ver el cosmos y al ser humano como realidad intermedia entre el ‘cielo’ y la ‘tierra’). Lo que complicaba un poco el tema era que, a la hora de ejecutar el tratamiento, había que aprenderse un montón de canales de energía (los meridianos de Acupuntura) con cientos de puntos certeramente localizados en la piel de las personas. Puntos que se utilizaban para insertar finas agujas, a través de un método perfectamente estudiado por los antiguos (hace más de 4.000 años).
El tomar contacto con la resonancia me facilitó poder verla también en la sabiduría de otros sistemas de conocimiento más cercanos a Occidente. El descubrimiento de la Polaridad como funcionamiento básico de la realidad del ser humano en esta dimensión en la que nos encontramos (y desde la que estamos a punto de dar un gran salto hacia ‘arriba’) me enseñó a manejar los Cuatro Elementos (Tierra, Agua, Fuego y Aire), junto al Éter como espacio permisivo en el que los demás elementos se mueven.
Comencé a usar una serie de filtros de colores y de radiónica (ondas de forma) que facilitaban la apertura de campos de información en las personas y estimulaban cambios en la realidad de las mismas. Resulta mucho más fácil interactuar con el campo electromagnético de la persona que con la estructura de su cuerpo para desbloquear procesos, disfunciones de cualquier tipo (mentales, emocionales, puramente energéticas o corporales). Poco a poco, fui viendo que, al utilizar la intencionalidad y direccionándola hacia los desajustes del paciente, iba necesitando emplear cada vez menos filtros, menos información externa.
La Terapia de Polaridad me enseñó a colocar las manos sobre los cuerpos de las personas, sintonizando los diferentes toques con los Elementos y la disfunción presente, con la finalidad de soltar los nudos que impiden a las personas mostrar el placer de vivir. Poco a poco, se iba viendo, cada vez de manera más clara, la relación causa-efecto entre el vivir de la persona y su grado de disfunción (desequilibrio, enfermedad,…). Todo esto se iba consolidando y reafirmando a través de la información que recibía de la Astrología, observando que, cuando la persona no vive como tiene que vivir, se activan una serie de indisposiciones que tenemos marcadas como predisposiciones en nuestra carta natal, que muestran claramente (para quien quiere ver), un semáforo en rojo en el camino de la persona. Señal de Stop: pararse para observar, escuchar al síntoma, integrarlo, y cambiar en mi manera de conducir por el camino.
La simplicidad fue aumentando, pasando a realizar solamente dos o tres maniobras, siempre los mismos toques, y viendo que generaban resultados óptimos en todos (casi todos) los pacientes, fuera cual fuera su disfunción de entrada.
Más sutil
La simplicidad fue uniéndose al manejo de una energía cada vez más sutil. Desde mi vigoroso acercamiento al cuerpo humano, primero a través de las agujas de Acupuntura, y después con toques de Polaridad de gran intensidad, pasé al mundo ‘sátvico’, al toque sutil de la permisividad y la escucha. Esa clase de toque que utilizan los profesionales de la Osteopatía Funcional.
El gran paso lo he dado al comenzar a trabajar con las frecuencias sanadoras de La Reconexión. Ahora, prescindiendo del toque tangible del organismo del paciente, la parte de la sesión que llamo de ‘interacción’, pasa a ser cerca de media hora de interaccionar con el campo, con la energía del paciente; tiempo durante el cual la persona se dedica a ‘escucharse’ y a permitirse todas aquellas percepciones que su ‘sistema’ le muestra con la intención de ser identificadas y recolocadas.
Más profundo
En este recorrido que estoy describiendo, cada vez el trabajo sobre la persona se torna más y más profundo, y la labor del sanador (en este caso también médico, pero no tendría la obligación de serlo) se limita a interaccionar con el sistema del paciente y, con la intención de promover o estimular su sanación. Luego, y emulando a los antiguos ‘hakim’ (practicantes moriscos de la antigua Espagiria -rama menor de la Alquimia-, en tiempos de Al’Ándalus), una vez realizado el trabajo, ‘sanará si es voluntad de Alá’.
En los tiempos actuales, puedo decir que una persona sanará si realmente quiere sanarse. Y lo digo así de claro teniendo en cuenta la importancia de la carga de responsabilidad que el significado de la frase entraña. Según mi experiencia, prácticamente la totalidad de las enfermedades o desajustes que padece el ser humano se deben a fenómenos relacionados con ‘la vida’ de la persona. Si nos abrimos a la vida, si confiamos en ella y en nuestras posibilidades, si le damos la espalda al miedo (en lugar de llevarlo colgado a la espalda como si fuera una mochila), si aprendemos a utilizar las herramientas que nos adornan en el ego que hemos elegido tener durante este plano vital,…; si realmente nos conociéramos a la perfección (haciendo caso a la frase que colocaron los siete sabios griegos en el frontispicio del templo de Delfos: ‘Conócete a ti mismo’), no habría enfermedad.
Evidentemente, en la génesis de una enfermedad hay múltiples posibles factores…, pero eso será para otro día.
Salud para ti y los tuyos.