Qué es eso de la Bipolaridad
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¿Quién no ha oído hablar alguna vez de la bipolaridad o trastorno bipolar? Médicamente se incluye dentro del capazo de la psiquiatría y, por ello, como todo lo psiquiátrico, en general por desconocimiento, suele dar un poco de aprensión.
Como ya es habitual en este blog, y como deferencia a las personas que prefieren escuchar a leer, voy a colgar a continuación el vídeo del texto.
Si busco información sobre el tema en la página web de la Clínica Mayo (de gran prestigio en EEUU), dice lo siguiente:
El trastorno bipolar, antes denominado «depresión maníaca», es una enfermedad mental que causa cambios extremos en el estado de ánimo que comprenden altos emocionales (manía o hipomanía) y bajos emocionales (depresión).
Bueno, ya se va entendiendo algo más de qué se trata. Personas que se caracterizan por vivir estados de ánimo alternantes de intensidades fuera de lo corriente: momentos o fases de alta euforia (en psiquiatría se denominan manía o hipomanía, según la intensidad mayor o menor) y otras fases «depres», de bajón, tristeza acusada, baja energía, introspección.
Cuando estudié Psiquiatría en la facultad de medicina hace ya más de 40 años, a este cuadro clínico se le denominaba psicosis maniaco-depresiva, por lo que se le encuadraba dentro de los cuadros psicóticos, como la esquizofrenia.
Actualmente, se describen diversas categorías dentro de ese marco general del trastorno bipolar, pero no es de mi interés ahondar en la división artificial que la psiquiatría ha hecho de esta realidad que genera tanto sufrimiento a los seres humanos que la padecen y a sus allegados.
Hasta aquí he hablado sobre cómo la medicina encasillaba a estas personas que sufrían este tipo de procesos. Evidentemente, el diagnóstico iba ligado irremediablemente a la introducción de fármacos de efectos psíquicos: los llamados globalmente fármacos psicotrópicos.
Los hay de diversas familias y efectos:
- Estabilizadores del estado de ánimo.
- Antipsicóticos. A añadir cuando los anteriores no han sido lo suficientemente eficaces como para controlar la situación.
- Antidepresivos. Cuando el síntoma predominante es la depresión.
Lo más habitual es que a la persona se le dé un cóctel con los tres tipos de fármacos, sumiéndola en una mayor «tranquilidad artificiosa» que le lleva a vivir más amuermada. Le bajan unos puntitos su estado de alerta y el chisporroteo frente a la vida, con lo que su interacción con otras personas y actividades se ve alterada.
A partir de ahí, ya «se juega con las dosis» de los diversos fármacos dependiendo de la evolución que se tenga. ¿No se logra el objetivo esperado? Se aumentan las dosis. Claro está que sin abordar el conflicto de base va a ser muy difícil (imposible diría yo) resolver el sufrimiento de la persona.
Desde mi visión psicosomática de las personas y de la medicina, la base de todo este lío puede ser una mezcla de ciertas predisposiciones que la persona trae y de una falta de autoconocimiento de su propia estructura que induce una gestión inadecuada del comportamiento de la persona.
Me explico. En primer lugar, he hecho referencia a ciertas predisposiciones que la persona trae. Sí, cada uno traemos al mundo una serie de informaciones en nuestros inconscientes. Unas pueden ser más o menos agradables o armonizadoras y otras pueden estar relacionadas con dramas vividos en nuestro linaje o durante nuestra gestación o, incluso, en los primeros años de vida, cuando la persona todavía no tiene conocimiento de sí misma.
Al revisar las cartas astrales de las personas que atiendo en consulta, efectivamente, veo personas con cartas llenas de potenciales dificultades… y otras donde apenas asoman. O sea, que doy fe de que hay personas que nacen «con estrella» y otras que nacen «estrelladas».
Por lo que considero que un capítulo muy importante a la hora de atender a este tipo de personas es hacer referencia al linaje de donde proviene, incluso hasta tres generaciones atrás. ¿Y qué voy a buscar? Dramas, muertes, sucesos trágicos que, con toda seguridad, no han sido bien digeridos en su tiempo.
Es como si el sistema familiar de la persona no hubiera descansado y estuviera volcando sobre el descendiente toda la carga de tensión generada «allá», provocando de forma inconsciente una especie de fidelidad para vivir ese drama en primera persona durante su vida, aunque no haya motivo aparente que lo genere.
Por otro lado, cada uno de nosotros tenemos un programa impreso sobre cómo afrontar las emociones. Eso se ve con total claridad en el mapa individual de nuestro «diseño humano».
En el colectivo humano, según Diseño Humano, hay un 50% de personas, más o menos, que tenemos de fábrica un programa de activación de nuestro plexo solar, el centro emocional por excelencia, y andamos navegando en una especie de oleaje de estados de ánimo, un «sube-y-baja» continuo, y deberíamos aprender a gestionar ese contenido anímico que se produce inevitablemente. Sí o sí.
Cuando hay que llorar… se llora, descargando dicha tensión en el momento y sin darle vueltas a la cabeza. Y cuando la vida nos sonríe y surge la alegría… pues eso, también es necesario prestarnos a vivirla como si no hubiera un mañana. Luego surge la calma. Nos habrían tenido que enseñar desde la cuna esa parte de nuestra realidad emocional y la manera adecuada de hacernos con su funcionamiento natural.
Una mala gestión de ese contenido, por ejemplo, guardar la tensión emocional cotidianamente e irla acumulando… no es una buena receta. Nos llevará posiblemente a una situación futura de saturación y descontrol emocional.
¡¡Cuánta educación emocional le hace falta al ser humano actual!!
Y no me refiero a que todo el mundo deba hacerlo de la misma forma, pues hay otro 50% de seres humanos que tienen un sistema anímico de alta sensibilidad, muy receptivo, de alta empatía, y que sumergirlos en la caldera de «Pedro Botero» de un dolor emocional, en una especie de catarsis, sería su perdición. Podrían quedarse anclados en ese dolor y no liberarse de él fácilmente.
Por eso, hay niños a los que no se les debe dejar llorar: o, mejor dicho, no se les debe dejar que se adentren en el dolor emocional. Hay que cogerlos por banda, despistarles, alejarles del dolor que han tocado y, de forma automática, se les genera un «cambio de chip» muy rápido y efectivo.
No es que haya que construir para estos niños supersensibles unas burbujas que les impermeabilicen del dolor ambiental, pero sí hacerles ver que el dolor emocional que han tocado existe pero que no tienen que vivirlo de forma obligada. Deben saber que van a captar, allá por donde vayan, desde la cuna, la irradiación anímica de las personas con las que contacten.
Todo es trabajable. Cada persona merece la pena, y más cada persona que sufre y padece en sus carnes estos tipos de situación etiquetados con una palabra tan fría y aséptica como es la bipolaridad.
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Salud para ti y los tuyos