Qué hay en las vacunas

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Como ya es habitual en este blog, y como deferencia a las personas que prefieren escuchar a leer, voy a colgar a continuación el vídeo del texto.

La Medicina, desde los tiempos de Louis Pasteur (allá por la segunda mitad del siglo XIX), ha enfocado su interés en las vacunas construyendo así una de las grandes bases del mantenimiento de la salud.

De primeras, la idea podría ser interesante. Una forma de reforzar al sistema inmune de las personas frente a una serie de gérmenes relacionados con cifras altas de mortalidad en la historia de la humanidad.

Lo que ocurre es que en la antigüedad y hasta bien entrado el siglo XX, las condiciones de vida, totalmente insalubres hicieron que la mortalidad infantil estuviera desbocada por esas enfermedades tan frecuentes en la infancia (sarampión, difteria, etc).

La situación tornó en una mejora drástica de las condiciones de vida de la población, hecho que llevó pareja una disminución franca de la mortalidad provocada por esas mismas enfermedades.

Para quien quiera saber y no tenga empacho en reconocerlo, existen una serie de gráficas históricas en las que se ve con total claridad que la mortalidad de esas enfermedades se quedó en mínimos antes de la inclusión de las vacunas correspondientes.

Como ejemplo, pongo a continuación la gráfica de la mortalidad por 12 enfermedades infecciosas en España en una serie histórica que abarca todo el siglo XX.

MORTALIDAD TOTAL POR 12 ENFERMEDADES INFECCIOSAS ESPAÑA (1900-1996)

Si se desconfía (y no hay razón para ello) del nivel de la estadística en nuestro país, acompaño otro gráfico de EEUU respecto a la mortalidad por todas las causas, especificando la causa infecciosa y la no infecciosa, que también engloba todo el siglo XX.

MORTALIDAD INFECCIOSA Y NO INFECCIOSA EEUU (1900-1999)

Y de una forma más descriptiva, en el siguiente gráfico obtenido de la publicación «Pediatrics», de la nada sospechosa Asociación Americana de Pediatría, se puede ver la tasa de mortalidad desde 1838 por diversas enfermedades en EEUU.

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Como se puede comprobar fácilmente, sin ningún sesgo interpretativo, la mortalidad que ahora nos asusta fue disminuyendo de forma importante antes de la implantación de las vacunaciones masivas.

Pero no quería hablar ahora sobre si las vacunas son necesarias o no a la hora de preservar nuestra vida sino de lo que contienen las vacunas.

En resumen, las vacunas contienen en sus frascos tres componentes:

  • El antígeno, o sustancia propia del germen frente al que se pretende generar una defensa. Estas sustancias pueden ser diferentes: proteínas, polisacáridos de su pared, el germen entero muerto, el germen digámoslo así «atontado» para que no produzca enfermedad…
  • Adyuvantes. Son una serie de aditivos que aumentan la irritación del cuerpo en el que se inyectan, con lo que generan una mayor respuesta frente a las sustancias antigénicas ya descritas. El adyuvante estrella desde hace muchos años es el aluminio (altamente neurotóxico) en diversas formulaciones.
  • Preservantes. Son sustancias que van a permitir que los contenidos de las vacunas no se colonicen por gérmenes, hongos, etc. Históricamente, se han utilizado, por ejemplo, el mercurio (altamente tóxico), antibióticos como la neomicina, formaldehído, etc.

Éste ha sido el cuadro clásico hasta el advenimiento de las plataformas más modernas de vacunas, basadas unas en la recombinación genética y, a partir de la vergonzosa autorización en 2020 por vía de emergencia, apareció por la puerta de atrás la plataforma de ARNm.

Del modelo clásico, en el que se pueden emplear en algunas vacunas gérmenes vivos, así como la utilización de adyuvantes y preservantes tóxicos, hay mucho que decir en cuanto a los efectos perniciosos de estos productos inyectados, sobre todo a los niños.

Pero éste tampoco es el tema de este artículo… aunque se me suelen revolver las tripas cuando veo que medios de comunicación de prestigio y diversos «¿expertos?» o «¿especialistas?» pueden llegar a afirmar alegremente y sin aparentes repercusiones que los adyuvantes son sustancias «inertes» que no causan ningún efecto por sí mismos. ¿A quién pretenden engañar?

Hacia donde voy a centrar la atención en este artículo es a las actuales vacunas llamadas «recombinantes».

Me vais a perdonar que el artículo sea un poco más largo de lo habitual pero no puedo explicar con claridad el tema utilizando menos palabras.

Lo primero que veo necesario aclarar es una serie de conceptos que se suelen soltar alegremente en los medios, que la población incluso puede repetir… pero que generalmente son cuestiones que las personas normales, de a pie, no llegan a entender.

Una vacuna recombinante es la constituida por un germen atenuado (que teóricamente no va suscitar una respuesta inmune de nuestros cuerpos) al que se le ha insertado algún gen de otro germen que sí es patógeno. Ese germen que actúa como vector de este gen se encarga de producir la proteína o la parte del germen patógeno que sí va a estimular al sistema inmune de la persona a la que se ha inyectado el producto.

El método, sobre el papel, es más sencillo, rápido y eficaz que el método clásico inoculando virus en embriones de pollo para que se desarrollen y después puedan ser seleccionados, purificados y concentrados.

La primera vacuna recombinante que salió al mercado fue la de la hepatitis B, allá por los años 80 del pasado siglo. En el proceso de recombinación, es fácil y normal que queden residuos del ADN de la bacteria empleada para sintetizar alocadamente el compuesto del germen patógeno del que se quiere vacunar a la población.

El problema que ha salido a la luz con las inoculaciones covid-19 es que contenían (y me imagino que seguirán conteniendo) una serie de plásmidos del virus del mono SV-40. Este hecho ya se observó en los años 50 y 60 del siglo pasado en las vacunas contra la poliomielitis.

Hago otro inciso. ¿Qué es un plásmido? Es un trocito de ADN que es utilizado por los laboratorios para fabricar diversos productos biológicos, entre ellos las vacunas. Por supuesto, no deberían estar en las vacunas como producto final ni, por supuesto, inocularse en los seres humanos.

Pues hete aquí que se han encontrado cantidades mucho más elevadas de estos plásmidos en las «pseudovacunas» covid-19 que las cifras permitidas por las agencias reguladoras de fármacos. Los hallazgos salieron a la luz por la valentía de científicos, vamos a llamarles independientes, que mostraron a la Ciencia la existencia en los productos covid-19 de unas sustancias realmente peligrosas que tienen un potencial para introducirse en los núcleos de las células y crear mutaciones y cáncer.

¿Cómo ha respondido la ciencia (esta vez con minúsculas) en general? La respuesta mayoritaria ha sido el silencio y la ocultación. Y los organismos reguladores, que deben velar por la salud de la población a la hora de aprobar medicamentos, han dicho como que no es para tanto.

Pero esto no es una novedad, dado que la vacuna frente al VPH (virus del papiloma humano), la célebre «Gardasil», ya se sabe que posee restos de plásmidos como consecuencia del proceso de purificación de la vacuna. Y al menos hay constancia de ello desde 2011. Pero para la FDA no resultan peligrosos, por lo que ni siquiera les llama contaminantes de la vacuna. ¡Manga ancha!

Hay otro proceso que está muy relacionado con la presencia de los plásmidos (repito, trozos de ADN que son verdaderas órdenes para sintetizar gérmenes o partes de gérmenes): la transfección. Ya me perdonaréis esta serie de «palabros» que estoy trayendo a colación en este texto.

¿Qué es la transfección? Se le llama así al paso de material genético procedente del exterior al interior de las células. Y de las varias posibilidades que existen, la más viable y también la más utilizada es la mediación producida por una serie de sustancias químicas.

¿Qué tipo de sustancias se han comprobado como ayudadoras a la introducción de material genético en las células?

  • Nanopartículas lipídicas.
  • Sustancias químicas con carga positiva; o sea, cationes. Como es el caso del aluminio, del circonio, del cerio, del calcio, la histidina…
  • Polisorbato, que es una sustancia surfactante/emulsionante. O sea, que facilita la unión entre dos sustancias que podrían comportarse como impermeables entre sí, como por ejemplo el agua y el aceite. Estas sustancias ayudan a que los productos inyectados atraviesen barreras naturales del organismo.
  • Jabones como las nuevas saponinas empleadas en las vacunas de Novavax. También tienen la función, entre otras, de emulsionar, facilitando de nuevo el paso de barreras corporales.

¿Qué llama la atención de estas sustancias? Pues que muchas de ellas forman parte de los llamados adyuvantes de las vacunas en general. Esas sustancias que, por ser tóxicas (no como lo pinta la BBC y otros embaucadores), ayudan a irritar y así estimular más intensamente al sistema inmune a la hora de reaccionar frente a una vacuna.

Entonces, si unimos los dos temas que quiero mostrar, tenemos:

  • Vacunas recombinantes: Virus de la Hepatitis B, Virus del Papiloma Humano (VPH), Virus Sincitial Respiratorio, VIH (SIDA), Virus del Herpes Zóster, las nuevas frente a la gripe… y más del 30% de las inoculaciones Covid. En estas vacunas, como hemos visto ya, se pueden detectar plásmidos.
  • Adyuvantes, que son sustancias químicas que, entre otras funciones, ayudan a transferir material genético al interior de las células.

Cuando coinciden en las vacunas los dos factores, se tiene el riesgo de transfectar permanentemente (transferir ADN plasmídico) a las células del receptor de esa vacuna.

A modo de curiosidad del engaño del que hemos sido víctimas, os voy a presentar el tipo de plásmido observado en los viales de inyectables covid-19.

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He remarcado la zona donde están los promotores de información correspondientes al virus del mono SV-40, con capacidad de generar mutaciones en nuestro código genético y cánceres.

A continuación voy a mostrar la imagen que Pfizer dio a la EMA (agencia reguladora europea de medicamentos) sobre los plásmidos de sus viales.

Como se puede ver fácilmente, aunque no se entienda muy bien el galimatías de todas esas indicaciones, en la zona que indico con ese trapecio rojo… la señal identificadora del componente del virus del mono SV-40 «no está».

¡¡Y aún así hay médicos y científicos que se creen las patrañas de estas farmacéuticas!!

Los promotores del SV-40 son estimuladores de la activación de genes, con lo que producen las proteínas que sean de forma continua hasta su extenuación y favoreciendo la división de forma continua. A eso se le llama «cáncer».

Vuelvo a recordar que ya se descubrieron plásmidos del SV-40 en las vacunas de la polio. Se detectaron tales regalitos de las farmacéuticas en el 10-30% de las vacunas de la polio entre los años 1955 y 1963.

Es curioso que las cifras de cáncer hayan crecido de forma tan desmesurada desde entonces. Desde luego no hay pruebas suficientes por las que se pueda asegurar que esta relación sea causal… pero los hechos y las sospechas por la correlación temporal son innegables. Lo mismo que está pasando con el aumento galopante de cánceres tras las campañas de inoculación masiva frente a covid-19.

La cuestión es que las agencias reguladoras barren la porquería y la dejan debajo de la alfombra, mirando hacia otro lado… o hacia ningún lado, mientras la población se enferma y muere con una frecuencia inusitada.

Es curioso también que lo comentado aquí sobre la existencia de plásmidos y de agentes de transfección no consta en ningún prospecto de vacuna. ¿Os parece que es como para fiarse de cualquier cosa que hagan o digan?

¿Existe alguna persona dentro de las agencias reguladoras o en el mundo de la justicia que haga algo al respecto?

¿Hay alguien con alma por ahí?

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Salud para ti y los tuyos.

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