Un Ataque de Lucidez
Hace casi un mes, mi amiga Rebeca (gracias, Rebeca) me envió un escrito de Enrique Martínez Lozano en el que describía una experiencia ajena interesante de compartir.
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Jill Bolte Taylor era una acreditada neuróloga (neuroanatomista) cuando, en 1996, a los 37 años de edad, sufrió un ictus hemorrágico en el hemisferio cerebral izquierdo, del que fue testigo consciente, con una consciencia mayor debido a su propia formación neurológica.
Según su testimonio, vivió toda aquella experiencia –ataque, diagnóstico, intervención, recuperación posterior durante ocho años- como “una bendición” que habría de cambiar su modo de vivir y de ver la vida.
Animada por un deseo de ayudar a quienes pueden sufrir un accidente similar, así como a los familiares o personas que les ayuden, en la actualidad se dedica a ofrecer conferencias sobre lo que fue su propia experiencia.
En realidad, su motivación es más amplia: quiere animar a las personas a entrar conscientemente en contacto con el hemisferio derecho de nuestro cerebro, con nuestra “mente derecha”, para vivir de un modo más pleno, en la gratitud, la alegría y la compasión que se experimentan cuando somos capaces de vivir en el presente.
Jill Taylor recogió esa experiencia, con lo que aprendió de ella, en un libro publicado en 2006: My Stroke of insight, que acaba de ser traducido al castellano con el título Un ataque de lucidez.
Junto con la admiración que me despertó el modo como vivió su proceso de recuperación, me llamó mucho la atención el relato de las vivencias que tuvo durante el tiempo en que su hemisferio izquierdo fue anegado en sangre, quedando activo únicamente, en cierto modo, el derecho.
En concreto, me parece importante su invitación a conectar voluntariamente con nuestra “mente derecha”: es lo que hacemos cada vez que venimos al momento presente, volcados en lo que hacemos, o en tiempos de silencio, practicando la meditación.
Hasta un cierto punto, se trata de una experiencia en la que no hay “pensamiento”, pero sigue habiendo “conciencia”. Y esto me parece decisivo, si se tiene en cuenta hasta qué punto solemos vivir enredados en pensamientos sin consciencia (o rumiación). Lo que, en cualquier caso, parece claro es que, para “venir” y “permanecer” en el hemisferio derecho, necesitamos aprender a acallar la mente: de hecho, una mente silenciosa es garantía de que nos hallamos en él.
Y, como trasfondo, algo que constituye para ella una evidencia: la tremenda “plasticidad” del cerebro humano para reparar, sustituir y volver a entrenar sus circuitos neuronales. “El cerebro tiene una increíble capacidad para cambiar sus conexiones, basándose en los estímulos que le entran. Esta «plasticidad» del cerebro es la base de su capacidad para recuperar las funciones perdidas”.
Jill B. Taylor cuenta que vivió el “viaje hacia el abismo sin forma de una mente callada, donde la esencia de mi ser quedó envuelta en una profunda paz interior… Mi conciencia entró en una fase en la que sentía que era una con el universo”.
“Para la mente derecha (hemisferio derecho), no existe más tiempo que el momento presente: el ahora intemporal. Es un momento en que todo y todos estamos conectados como una sola cosa.
“El hemisferio izquierdo manifiesta ese concepto de tiempo en el que nuestros momentos se dividen en pasado, presente y futuro. Es también el centro de nuestro ego, quien define nuestro yo”.
“En este vacío de cognición superior y detalles acerca de mi vida normal [tras padecer el ictus], mi conciencia ascendió a un estado de “saberlo todo”, de “ser uno” con el universo… «¡Soy Vida! Soy un mar de agua encerrado en esta bolsa membranosa»… «En lugar de un flujo continuo de experiencia que se pudiera dividir en pasado, presente y futuro, cada momento parecía existir en perfecto aislamiento… Y estando así sumida en las profundidades de la falta de temporalidad mundana, los límites de mi cuerpo terrenal se disolvieron y me fundí con el universo… Aceptada dentro de un capullo sagrado con una mente en silencio y el corazón tranquilo, sentí que la fuerza de mi energía se elevaba. Mi cuerpo cayó inerte y mi conciencia ascendió a una vibración más lenta… Sentí que mi espíritu renunciaba a su unión con este cuerpo y quedé liberada del dolor.»
“Me sentía como un genio liberado de su botella… Esa ausencia de límites físicos, mejor que el mejor de los placeres que podemos experimentar como seres físicos, era una beatitud gloriosa… Aquel día especial aprendí el significado de simplemente «ser»…»
“Toda mi concepción del yo cambió, porque ya no me percibía a mí misma como un individuo, un sólido, una entidad con contornos que me separaban de las entidades que me rodeaban. Comprendí que en lo más elemental soy un fluido… Mi alma era tan grande como el universo y se regocijaba alegremente en un mar sin límites… En algún lugar en el fondo de mí había un ser jubiloso.»
“Percibía a la gente como paquetes concentrados de energía”.
[A partir de lo vivido durante la experiencia del ictus y del proceso de recuperación posterior], “la bendición que había recibido con aquella experiencia era el conocimiento de que la paz interior es accesible para cualquiera en cualquier momento… En cualquier momento podemos decidir conectar con la parte derecha de nuestro cerebro… La paz está sólo a un pensamiento de distancia, y lo único que tenemos que hacer para acceder a ella es acallar la voz de nuestra dominante mente izquierda…»
“Qué maravilloso don ha sido este ataque que me ha permitido elegir y decidir quién y cómo quiero ser en el mundo. Antes del ictus, creía ser un producto de este cerebro, con un poder mínimo para decidir qué sentía o qué pensaba. Desde la hemorragia, se me han abierto los ojos a la mucha capacidad de decisión que tengo en realidad sobre lo que ocurre entre mis orejas…»
“He adquirido una clara delineación de los dos personajes tan distintos que habitan en mi cráneo… Mi ataque de lucidez me hizo ver que en el núcleo de la conciencia de mi hemisferio derecho hay un personaje directamente conectado a mi sensación de profunda paz interior. Está comprometido a fondo con la expresión de la paz, amor, alegría y compasión por el mundo.»
“La sensación de profunda paz interior se debe a un circuito neurológico situado en nuestro cerebro derecho. Este circuito está funcionando constantemente y siempre está a nuestra disposición para conectarnos a él. La sensación de paz es algo que ocurre en el momento presente… El primer paso para experimentar la paz interior es la voluntad de estar presente en aquí y el ahora… Pero lo más importante es que nuestro deseo de paz sea más fuerte que nuestro apego al sufrimiento, nuestro ego o nuestra necesidad de tener razón. Me gusta ese antiguo dicho que reza: «¿Quieres tener razón o quieres ser feliz?»”.
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Salud para ti y los tuyos.