Cuál es la Salida (1 de 2)
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Para poder determinar cuál es la salida a un problema o conflicto, primero tenemos que identificar el problema y tener acceso a la máxima información que podamos recolectar acerca de él.
Como ya es habitual en este blog, y como deferencia a las personas que prefieren escuchar a leer, voy a colgar a continuación el vídeo del texto.
Como se puede comprender, no es un asunto fácil. De primeras, tenemos frente a nosotros varios conflictos: entre otros, el tema pandémico, la guerra Rusia/Ucrania y las consecuencias que todo ello genera sobre la organización de este mundo, tal y como lo conocemos.
Me voy a centrar en el primer tema: la pandemia. Algo que llevamos arrastrando desde hace más de dos años.
Ahora, cuando parece que se van desinflando en España las medidas represivas sobre las libertades individuales, los «expertos» no dejan de poner «chinitas» en los zapatos, instando a que los pasos se den en consonancia a los conocimientos científicos sobre la situación.
Daría también para otros artículos, definir qué es la ciencia, cómo genera sus conclusiones y a qué nos debemos atener como población tras sus pronunciamientos. Nada es lo que parece ser. A nada que se escarbe en la realidad, contada por diversas fuentes con conocimiento de causa, nos podemos dar cuenta de los mecanismos con los que funciona la ciencia.
Recientemente, el gobierno, como ya publiqué en el anterior artículo («Volvamos a la normalidad») planteó anular la obligatoriedad de las mascarillas en interiores para el 20 de abril. Una de las muchas decisiones que parece que han partido del poder político… pues hay un montón de «expertos» que se están «haciendo cruces» por lo (para ellos) inconveniente y desacertado de la medida.
Desde la Sociedad Española de Neumología y Cirugía Torácica (SEPAR) dicen que no fomentemos triunfalismos semejantes a los que se festejaron con cada final de cada «nueva ola». Afirman que no hay que bajar la guardia y que continúa el riesgo epidemiológico de generación de nuevas variantes del virus.
Piden que se mantenga «rigurosamente» la obligatoriedad de llevar la mascarilla a todas las personas afectadas de síntomas respiratorios. Piden, asimismo, que la administración concrete más en qué espacios sería aconsejable la utilización de las mascarillas, más allá de su obligatoriedad en los centros hospitalarios, residencias y transporte público.
Por su parte la Sociedad Española de Epidemiología, ante el anuncio del gobierno de suprimir las mascarillas en interiores, alerta de que la pandemia todavía no ha finalizado y que la transmisión del virus persiste.
Se debería precisar más (siguen diciendo desde la Asociación de Epidemiología) y fijar en qué situaciones deja de ser una recomendación para convertirse en una norma taxativa.
Preguntan al gobierno sobre los criterios que han utilizado para dicho cambio en la normativa de uso de las mascarillas, máxime cuando no se sabe qué situación epidemiológica vamos a tener hacia el día 20 de abril. Con mucha lógica, defienden que no podía haber ninguna evidencia científica en el momento en el que se tomó la decisión del gobierno.
Resulta muy claro para mí que todo esto, también las medidas que se tomaron desde un principio, fueron parte de una cuestión política. Ni más ni menos. No hay un verdadero conflicto sanitario mundial desde mayo de 2020.
Las diferentes olas que se han identificado han sido producto de las nefastas medidas con las que nos contuvieron confinados y la imposibilidad de relacionarnos abiertamente con las demás personas, fomentando un miedo generalizado a morir o a matar a nuestros seres más queridos. Todo ello sumado a las mutaciones producidas por escape de la campaña de inoculación masiva. Así se provocaron las llamadas «infecciones de avance».
Y para más «inri», aparece también en la palestra la Plataforma de Organizaciones de Pacientes. Comienzan a pedir que se considere quiénes son las personas de riesgo y que se les proteja en su vida cotidiana, en los ámbitos laboral y académico.
Y me pregunto yo: ¿dónde estuvieron estas organizaciones de pacientes (generalmente apoyadas económicamente por la industria farmacéutica) cuando desde el comienzo de la pandemia, salieron a relucir visiones radicalmente críticas con la opción oficial, como por ejemplo los firmantes de la Declaración de Great Barrington?
Esta Declaración fue diseñada y encabezada por figuras universitarias preeminentes, especialistas de epidemiología de las universidades de Harvard, Oxford y Stanford. Fue secundada y firmada por más de 900.000 personas, entre ellas más de 60.000 profesionales de la ciencia y de la salud (incluido un servidor).
Su mensaje exhortaba a las administraciones políticas a proteger específicamente a las personas vulnerables y a dejar que el resto de la población siguiera con su vida normal. Si se hubieran seguido sus indicaciones en lugar de denostar personalmente a sus autores, la realidad habría sido mucho más benigna de lo que ha sido en realidad. Sin duda alguna.
Pero para llegar a identificar un problema, como decía al principio, es necesaria información amplia, desde todos los puntos de vista… y que esta información sea fiable. Y aquí nos topamos con el chiste de la «desinformación» y la censura de opiniones e informaciones incómodas.
Para colmo, acabo de leer un artículo en una revista de divulgación médica española en el que se hace referencia a un estudio realizado por un equipo multidisciplinar de la Universidad de Navarra a partir de datos del primer trimestre de la pandemia en relación a la bendita «desinformación».
Es curioso que se basen para dicho estudio en las revisiones practicadas por los llamados «verificadores»: Efeverifica, Maldita.es y Newtral. O sea, que sus opiniones las dan por válidas, sin duda alguna, frente a las informaciones que son tenidas como «bulos». Sus informes parecen ser «Palabra de dios».
¡¡Apaga y vámonos!!, que diría aquél. Mezclan todo tipo de cuestiones, de lo más variopintas: las gárgaras con lejía, la ingesta de café o la toma del Sol durante media hora como curas de la enfermedad por coronavirus… junto a la hipótesis del origen del laboratorio del dichoso bichito.
Todo en el mismo saco. Todo se desacredita a la vez. No importa que haya testimonios y sospechas lanzadas y apoyadas por eminentes científicos. Da igual. Parece ser que en lugar de algún catedrático de periodismo, en el estudio al que me refiero hubiera personas sin criterio, sin rigor en la búsqueda de informaciones fiables o con claros intereses.
El estudio identifica cuatro categorías en los problemas observados:
- La ciencia apresurada.
¿Ahora me vendrán a decir que la ciencia no se apresuró excesivamente a la hora de poner en marcha la maquinaria frente al hecho covid-19?
- PCR autorizada por emergencia sanitaria como herramienta no válida para diagnosticar como se diagnosticó la enfermedad por doquier.
- Inoculaciones autorizadas por emergencia sanitaria antes de que finalizaran los estudios necesarios, más si cabe eran unos productos genéticos experimentales.
- Desaparición de los grupos de control (placebo) de los estudios sobre estas inoculaciones antes de que se pudieran comprobar los efectos a medio y largo plazo de seguridad y eficacia.
- Indicaciones y mandatos de inocular masivamente a la población general, con unos refuerzos (1, 2… y 3…) sin eficacia probada (hay multitud de estudios que así lo corroboran) y con mezclas de productos, sin los estudios pertinentes que así lo recomendaran.
- La ciencia descontextualizada.
En la publicación de trabajos es muy habitual extrapolar a la población general los resultados de una prueba realizada en un contexto concreto.
- ¿Me están diciendo estos expertos que en la difusión de información en los medios no ha habido este tipo de desinformación, sacando «fuera de tiesto» lo que ha ocurrido en un contexto concreto?
- Ahora mismo recuerdo el caso de un verificador de Facebook que tachó de desinformación (bulo) un artículo de un eminente científico de reconocido prestigio, escrito en la revista British Medical Journal (y aprobada su publicación por los editores de la revista). En este artículo, el autor planteaba sus dudas sobre diversos aspectos de la versión oficial. Precisamente fue tachado de desinformación por falta de contexto. ¡¡Ja, ja y ja!!
- La ciencia mal interpretada.
Los expertos del estudio de la Universidad de Navarra parece que no tienen mucha información sobre desaciertos garrafales en la publicación de mera propaganda comercial, por ejemplo, en la eficacia de las inoculaciones de los grandes laboratorios como Pfizer, Moderna, Janssen.
- ¿Dónde quedó esa eficacia del 95% de Pfizer, por ejemplo? Pura propaganda. Y no les ha salido tan mal la jugada, pues se han llenado los bolsillos con decenas de miles de millones de beneficios usureros a costa de la economía en bancarrota de las diversas naciones.
- ¿Dónde está la eficacia de una 4ª y 5ª dosis de esos compuestos en países como Israel?
- ¿Como se interpretaría una comparativa con un país como Sierra Leona, en el que apenas se ha vacunado a la población, en el que sólo han muerto 145 personas de entre más de 8 millones de habitantes?
- La falsificación sin base científica.
No dudo de que en las redes haya un ambiente propicio para la mentira, el engaño, la falsedad… pero no en este tema sino en cualquier tema. No es creíble, de primeras, cualquier cosa que veamos en las redes sociales ni en internet.
- Pero, ¿a estos expertos no se les ocurre mostrar ejemplos en los que se hayan llegado a falsificar datos y ser publicados en grandes revistas médicas como The Lancet y The New England Journal of Medicine? Pues los hay.
- Uno de los artículos más nombrados en la literatura médica es del epidemiólogo de Stanford John Ioannidis, y hace ver que la gran mayoría de los estudios de las revistas científicas se basan en datos falsos o generan conclusiones no reales, intentando apoyar tal o cual producto farmacéutico. No pasa inadvertido que la gran mayoría de los estudios de investigación los realizan o financian los laboratorios farmacéuticos.
Está claro que los dos principios a los que me refería al comienzo del texto y que son fundamentales a la hora de encontrar una solución a un problema, identificar el problema y poseer máxima información sobre ello, parece que no es posible aplicarlo a este tema pandémico.
Mal se puede identificar un problema si no se quiere abordarlo francamente, sin sesgos ni condicionantes externos. Y mal se puede obtener máxima información si se denigra y censura todo lo que no siga la corriente a la versión oficial. Respecto a esto recuerdo una cita que se atribuye al jefe de campaña de Adolf Hitler: Joseph Goebbels.
“Una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”
Y este personaje mantenía que el político o la figura pública debía estar preparada para adecuar, deformar e incluso crear conscientemente versiones distorsionadas de los hechos y transmitirlos posteriormente a una audiencia que, si bien podía resistirse a su aceptación, terminaba cediendo con la repetición de la mentira.
Se ha estudiado en neurociencia la adaptación emocional a la mentira, así como a otras cuestiones deshonestas para cualquier ser humano. Con la repetición, cada vez hay menor resistencia, mayor adaptación. No hay más que ver lo que sucede en la actualidad política y científica.
Un ejemplo reciente: el director general de la OMS acaba de afirmar ayer que la pandemia Covid-19 «sigue siendo una emergencia de salud pública mundial»… aunque la semana pasada ha sido la de menor mortalidad en todo el mundo. ¿Cuál es la razón, entonces? Pues que «en algunos países» los casos siguen aumentando.
Vamos por partes: ¿a qué llaman un caso? Volvemos a la misma retórica. Manipulación de la información y falsedad. Dicen que hay que cerrar la brecha de la desigualdad en el acceso a las inoculaciones… No quieren que esto se acabe.
Y acabo de leer algo contradictorio con este mensaje del ínclito Tedros Adhanom Ghebreyesus, y proviene de la última actualización de la OMS, con los datos de la semana 4 al 10 de abril 2022: un descenso del número de casos del 24 por ciento en comparación con la semana anterior. Y la mortalidad también ha descendido en un 18 por ciento.
Además, «todas las regiones mostraron tendencias decrecientes, tanto en el número de nuevos casos semanales como de nuevas muertes semanales».
Otra guinda para este sórdido pastel: Para el Presidente del Comité de Emergencias de la OMS (Didier Houssin), la situación está lejos de haber terminado. Ha instado a los gobiernos a emplear el Plan 2022 de la OMS para reforzar la preparación y la respuesta; revisar sus políticas nacionales; evaluar sus acciones y (¡¡atención!!) «prepararse a nuevos esfuerzos».
Sigue la representación orquestada, el miedo mantenido mirando hacia un futuro de drama y más pandemias. ¿O no se ve claro todavía? Me resulta evidente que ésta no es la salida.
Centrémonos en nosotros mismos, en respirar aire limpio, nutrirnos adecuadamente, construir relaciones personales cordiales y agradables, en sintonía con nuestra naturaleza. Afanarnos por vivir al margen de los miedos que han difundido en la sociedad.
En resumidas cuentas: vivir como si la pandemia hubiera sido un mal sueño, una pesadilla que nos han implantado unos psicópatas con cara de filántropos, a los que el bienestar del ser humano «se la trae floja».
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Salud para ti y los tuyos