La Enfermedad como Camino (2)

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El 14 de Mayo de este 2010 que estamos pateando, escribí una entrada iniciando una serie de informaciones que nos muestran la necesidad de relacionar la enfermedad con algo más que la rutina de lanzarse al consumo ciego de fármacos para aliviarla…

Ese primer texto tenía como fuente el libro “La enfermedad como camino”, y hacía referencia a un artículo de la revista Discovery DSalud. Hoy voy a colocar la segunda parte del escrito. Creo que es un buen punto de partida para comenzar a plantear los síntomas, las enfermedades, como unas entidades que nos muestran algo, que nos hablan en un lenguaje doloroso (pues parece que el ser humano “aprende mejor” por la vía del dolor que por la propia sabiduría de vivir conscientemente) sobre temas a reconducir, a manejar de diferente manera a como lo hacemos en nuestra vida diaria…


Esta actitud ante la enfermedad es la que utilizo diariamente en consulta cuando alguien acude por síntomas o dolencias, y se suele ver claramente la relación entre el diario vivir, pleno de condicionantes externos, y las predisposiciones concretas a enfermar que tenemos cada individuo (gran utilidad la de la Carta Astral para establecer esa relación directa con los síntomas de cada uno). Tod@s tenemos unas zonas donde depositar nuestros nudos de tensión, unas formas características, personales de enfermar…, pero no tod@s los activamos… De ahí el título del este blog, que coincide con el nombre de mi consulta: “El Arte de Vivir”.


Para que una persona sane, además de realizar con ella trabajos de Sanación de tipo energético (cualquiera que sea su orientación), es necesario que tenga información de lo que le pasa, que vea la relación directa entre cómo está viviendo y la entidad morbosa que le está afectando (sea o no la propia persona la causante del “chandrío”), y que se “alíe” con su propio Ser para vivir como le corresponde, con las herramientas que cuenta en esta vida (las que, por otra parte, hemos elegido traer…). Aquí he hallado la importante información que maneja Diseño Humano en cuanto a saber cómo articular nuestra vida, de qué manera afrontar los acontecimientos, movernos en la vida…


Ahí va el artículo. Deseo que os dé luz…

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El sistema inmunológico es la base defensiva de nuestro organismo. Reacciona frente a cualquier tipo de partícula extraña al cuerpo que pudiera representar una amenaza para nuestra integridad, sea una bacteria, un virus o cualquier otro tipo de sustancia potencialmente peligrosa.

Ante la más mínima sospecha de invasión, el organismo tiene tres tipos de respuesta. Primero, la anatómica, que constituye la primera línea de defensa y está representada por la piel, las sustancias defensivas de la saliva y los jugos gástricos. Luego, si el agresor -germen o toxina- sobrepasa esa barrera, se encuentra con la segunda línea defensiva: la respuesta inflamatoria, que consiste en un aumento del calor local y una serie de cambios que procuran hacer difícil o imposible la proliferación del “enemigo” viral o bacteriano en el cuerpo. Y, por fin, si todo falla, el organismo cuenta con la respuesta inmunológica, la mas profunda y sofisticada. Respuesta que está centrada en una serie de células de la sangre altamente especializadas -los leucocitos o glóbulos blancos- que actúan en las distintas fases de la respuesta defensiva inmunológica.

La primera fase, la más directa, está representada por los macrófagos y los neutrófilos (dos tipos de leucocito), que actúan como verdaderos soldados de un ejército defensivo persiguiendo, englobando y digiriendo las partículas extrañas -virus y bacterias- con lo que en muchos casos resuelven el problema. Pero los sistemas defensivos del organismo no se limitan a esa acción básica. Una vez que los leucocitos defensivos engullen al virus, partículas de éste son depositadas desde el interior en la superficie de la célula. Partículas a las que se llaman antígenos. Esos antígenos son inmediatamente reconocidos por las células defensivas más sofisticadas de nuestro cuerpo, los linfocitos, encargados de transportar, adaptar y fabricar las sustancias defensivas o anticuerpos, destruyéndolos.

Hay dos tipos de linfocitos: los linfocitos B, responsables de las llamadas inmunoproteínas, que llevan el peso de los sistemas defensivos generales de nuestro organismo y los linfocitos T (originados por la misteriosa glándula timo y de larga vida) que producen antígenos defensivos sólo contra determinadas infecciones; es decir, son más específicos.

LA OPORTUNIDAD DE LA ENFERMEDAD

Todos sabemos que cuando se estropea el mecanismo de una máquina se encienden luces o pilotos de alarma para que tomemos las medidas oportunas para repararla. Pues bien, si aceptamos que el síntoma es una señal de alarma, una luz roja que nos avisa de que es necesario actuar para corregir una disfunción, tendremos que ponernos en marcha para solucionar el problema.

Dicho de otro modo: los síntomas de cualquier enfermedad representan una oportunidad de conocer aquellos aspectos de nuestra vida que no están bien encajados ya que toda dolencia indica que se ha producido una desarmonización en algún nivel y que nuestro cuerpo, a veces con el concurso de elementos externos, está somatizando el conflicto.

El primer paso para la curación, pues, es la aceptación de la realidad. El siguiente sería la oportunidad de hacer un trabajo interior en el que el enfermo deberá realizar un autoanálisis sincero sobre todos los aspectos de su vida a fin de intentar descubrir las desarmonías. Piénsese que cuando la luz de la consciencia ilumina los rincones oscuros de nuestra mente ya no hay marcha atrás. A partir de ese momento es importante identificar y potenciar nuestros propios recursos naturales. Y, en ese sentido, las técnicas encaminadas al control y la generación de pensamientos, el trabajo con nuestras emociones, la capacidad de crear imágenes mediante la visualización, etc., sí serán útiles por tener una incidencia directa sobre el cuerpo físico. Bien, ahora sabemos que nuestras creencias y nuestra actitud influyen en la salud; y puesto que los pensamientos y las actitudes se pueden elegir, elijamos aquellos que nos conduzcan al mantenimiento y conservación de nuestro equilibrio como seres integrales. Ya Buda decía que “somos lo que pensamos”.

TÉCNICAS PARA EL CAMBIO

Hemos de acostumbrar a nuestros pensamientos a trabajar para nosotros, no al contrario. Sabemos que el cuerpo responde a lo que la mente dicta y que a través de pensamientos, sentimientos y emociones producimos efectos fisiológicos directos en nuestro organismo. Pues bien, una de las facultades más poderosas de nuestro cerebro es la de visualizar, es decir, crear imágenes o imaginar. Y todas las personas somos capaces de visualizar aunque debido a la falta de hábito pueda en ocasiones resultar una tarea ardua. Visualizar no es otra cosa que poner imágenes a los pensamientos, es decir, lo que se conoce comúnmente como imaginar, fantasear. Una facultad del hemisferio cerebral derecho. Algo que hacemos -de manera inconsciente- cuando soñamos. Por tanto, todos somos capaces de hacerlo.

Pues bien, está ampliamente contrastado que en el ámbito de la salud la visualización es una herramienta fantástica de curación, de recuperación de la armonía perdida. Y como las técnicas son muchas, cada persona podrá elegir aquella con el que se sienta más cómoda ya que lo que cualquiera de ellas hará es estimular nuestra mente con imágenes de salud, equilibrio y armonía sabiendo que, en la medida en que seamos capaces de mantener esas imágenes el mayor tiempo posible en nuestra mente, estaremos favoreciendo en nuestro cerebro la creación de engramas (figuras que se graban a nivel neurológico gracias a la repetición). Para lo cual puede uno concentrarse en el órgano que manifiesta la enfermedad o en la zona del problema.

¿Fantasía? William Tiller, profesor de Ciencias Materiales en la Universidad de Stanford (EE.UU.), construyó un mecanismo que emitía electrones. Pues bien, en sus experimentos pudo observar que cuando se aplicaban las manos al dispositivo con intención curativa se producía una descarga mucho mayor de electrones. Más tarde constató que con la simple emisión de pensamientos a distancia también se activaban. E incluso que cuando se utilizaba la visualización se producía el mismo efecto. Tras miles de pruebas, Tiller concluyó que ha de existir una energía más allá del espectro electromagnético emitida por los seres humanos que puede activar la liberación de electrones. Energía sutil capaz de transferir información dirigida por la mente, concentrada por la intención, la atención y la visualización. Y que además puede afectar el equilibrio de carga de las membranas celulares y del ADN, y, en consecuencia, recuperar el orden electromagnético favoreciendo la salud de las células vivas.

El médico norteamericano Leonard Laskow, que retomó los experimentos de Tiller, comprobaría posteriormente en su laboratorio que con el uso de la visualización podía inducir una inhibición del crecimiento de células tumorales en cultivos del orden del 80%.

LA RESPIRACIÓN CURATIVA

Igualmente importante es saber que la respiración es vida y otra forma efectiva de inducir cambios fisiológicos para el proceso curativo. En latín se denomina spiritus a “un principio animador que da vida a los organismos físicos”; en chino, la palabra chi tiene dos acepciones: “vida” y “respiración”; para los egipcios, el símbolo del ankh representa “el aliento de la vida”; en sánscrito, se denomina prana a la “fuerza vital”.

No es casualidad. La respiración implica una carga fisiológica de energía que, cuando se concentra y se dirige adecuadamente, puede ser regulada por la mente para trasladar información a una parte del cuerpo. Por ejemplo, visualizando la entrada y salida de aire en una zona específica se observa un aporte energético extra en esa área así como una activación de los campos energéticos que rodean el cuerpo. Por eso una vez activado el órgano o la zona, éste puede reequilibrar su desorden celular.

Otro hecho comprobado es que sosteniendo la respiración en determinados momentos críticos se capta la atención del subconsciente y se produce una resonancia armónica entre la respiración y el cuerpo, lo que produce una disminución del ritmo cardíaco. En otros casos, la respiración impulsiva -inspiraciones y espiraciones breves e intensas- puede facilitar la ruptura de modelos emocionales negativos y favorecer la asimilación de la experiencia traumática. Incluso en el parto natural se recomienda la respiración para mitigar el dolor y concentrar la atención de la madre con el fin de sincronizar sus esfuerzos adecuándolos a los reflejos normales del proceso de alumbramiento.

LA IMPORTANCIA DE LA ACTITUD

Resulta curioso constatar cómo son muchas las personas que esperan de las terapias alternativas o complementarias unos resultados casi instantáneos como el que, por ejemplo, provoca un fármaco contra el dolor. Y las cosas no son así. En primer lugar, porque dependiendo de la dolencia -y, sobre todo, de la gravedad de la misma-, tendremos que utilizar una o varias técnicas terapéuticas para inducir la sanación y asegurarnos de que estamos prestando atención a todos nuestros niveles de manifestación como seres humanos (cuerpo físico, energético, emocional, mental e, incluso, espiritual). El problema es que, acostumbrados a que cuando ingerimos un medicamento éste empieza a dejar notar sus efectos de forma casi inmediata, pensamos que la visualización, la meditación o la relajación van a tener los mismos rápidos efectos. Y la cuestión es mucho más profunda. La medicina tradicional ha tendido históricamente a considerar que alguien ha sanado cuando desaparecen las causas físicas de la enfermedad. Sin embargo, para la Medicina Holística o Integral la sanación no se considera completa hasta que se han erradicado las causas psicológicas y emocionales ya que sólo así estaremos seguros de que no volverá a reproducirse la dolencia. Es decir, lo que realmente pretende es lograr un cambio profundo de la persona, de la forma en que utiliza sus pensamientos, del modo en que maneja sus emociones y de la responsabilidad hacia su propio cuerpo. Cambio de actitud que supone una verdadera transformación en la forma de enfocar la vida. Y, en ese sentido, el handicap principal no son los hábitos adquiridos sino las creencias que hay detrás de cada comportamiento.

Hoy sabemos que la vivenciación intensa de un recuerdo desencadena en el organismo a nivel físico la misma descarga hormonal -y la consiguiente emoción asociada- que cuando se produjo el hecho en el pasado. Luego siendo ello así, rememorando situaciones de felicidad, de plenitud, de gozo, de éxito… estaremos activando a nivel biológico sustancias altamente positivas para nuestra salud. Por contra, el recuerdo de momentos de fracaso, dolor, soledad o angustia provocarán que en nuestro torrente sanguíneo se distribuyan hormonas que nos sumergirán en esas mismas emociones y, como consecuencia, bajará nuestra capacidad de defensa para luchar frente a las posibles agresiones externas (infecciones, virus, bacterias, etc.).

En suma, debe entenderse que el enfoque personal de la vida adquiere una importancia vital cuando hablamos de salud ya que la naturaleza de nuestros pensamientos actúa como un filtro -a veces impermeable- que ayuda o dificulta la curación. Es decir, nuestras creencias -especialmente las más arraigadas- condicionan que un tratamiento -farmacológico o alternativo- funcione o no. Creencias que además condicionan nuestro carácter y nuestro comportamiento en la vida; y, por tanto, nuestra salud.

Pongamos un ejemplo: imagínese a una persona que, admitiendo los beneficios de la relajación, la meditación o la visualización practica alguno de ellos todos los días durante veinte o treinta minutos, visualizando su organismo sano, pletórico de energía y de vida, sintiendo que absorbe energías de mayor vibración que equilibran sus carencias, etc., pero que el resto del día sigue pensando de forma habitual, es decir, desconfiando de los demás, sintiéndose deprimido y pesimista, actuando de forma egoísta… ¿Podrá la media hora de ejercicio de refuerzo positivo contrarrestar los efectos nocivos de los pensamientos que procesa el resto del día? O, lo que es lo mismo, ¿podrá el fármaco correspondiente ayudar a defenderse al organismo de una agresión si el sistema inmunológico del cuerpo está recibiendo la información inconsciente de que esa persona está actuando en contra de su conciencia?

LA TRANSFORMACIÓN CONSCIENTE

“El gusano de seda se pasa la vida comiendo y engordando y no sabe para qué. Un día siente la necesidad de encerrarse en sí mismo y construye una celda con el producto de su esfuerzo, se aísla y no sabe para qué. Un día siente la necesidad de salir de su encierro y, al salir, cree que el mundo ha cambiado y no sabe por qué. Sin embargo, si tuviera un espejo delante sabría en ese momento todos los porqués.”

El cuento precedente es una alegoría perfecta que refleja hasta qué punto la vida es un proceso de transformación en el que todos los acontecimientos fluyen de forma permanente y de cómo cada cosa que nos sucede tiene un significado, un porqué, aunque no logremos en ese instante vislumbrarlo. Algo que corrobora fehacientemente nuestro propio cuerpo en el que cada cierto tiempo se regeneran sus células hasta el punto de que cada siete años todo el organismo es prácticamente nuevo. Ni una sola célula sobrevive a ese plazo salvo las neuronas…; o, al menos, así se creía hasta ahora porque también ese convencimiento empieza a ponerse en entredicho. Como cambian con los años nuestro carácter, nuestras formas de pensar o nuestras actitudes.

Ahora bien, hay un aspecto que nos cuesta mucho más modificar: las creencias. Algo por lo general tan profundamente arraigado en nosotros que se produce casi siempre una fuerte resistencia cuando alguien o algo las pone en cuestión. Resistencia que supone, precisamente, una de las mayores dificultades del ser humano para crecer interiormente. Y es que no somos conscientes de la tremenda programación a la que hemos sido sometidos desde que nacimos, primero por nuestros padres y luego por los maestros en la escuela, el ambiente y la sociedad en la que hemos vivido. Al punto de que las respuestas que damos ahora, como seres adultos, están completamente condicionadas por todo ese bagaje de creencias impuestas.

Creencias tan arraigadas que condicionan por completo nuestra visión de las cosas, nuestros gustos, nuestras percepciones emocionales y psicológicas, y, en suma, nuestra personalidad. Sin embargo, es sólo confrontando nuestras creencias con otras, replanteándonos lo que siempre hemos creído, como podemos avanzar, como podemos percibir otras realidades, como podemos evolucionar y crecer como personas. Única forma de poder realizar una transformación consciente. Transformación que sólo requiere una herramienta, el libre albedrío, imprescindible en el camino evolutivo y que nos faculta para elegir -en todos los ámbitos-, al margen de condicionamientos o creencias.

Y ahí radica la mayor dificultad. Porque “creer” es asumir como ciertas las informaciones recibidas por distintas vías sobre un tema para, inmediatamente, convertirse en verdades. Es decir, las creencias, en general, están exentas de lógica y suelen asentarse en el inconsciente colectivo hasta que son sustituidas por otras con mayor carga racional. En ese sentido, vienen a conformar una especie de plantillas o esquemas mentales a través de las cuales discurren nuestros pensamientos y vemos la realidad. Por eso cuando cambiamos el esquema mental, es decir, cuando modificamos la “plantilla”, cambia inmediatamente la realidad de la persona. Algo de mucha importancia en el ámbito de la salud. Porque hoy se sabe que si en lugar de creer que sufrimos procesos degenerativos creemos que nuestro cuerpo se renueva a cada instante, que hay una inteligencia innata que se ocupa de mantener la vida, que nuestras células llevan impresa la orden de supervivencia, estaremos infundiendo en nuestro cuerpo un mensaje de equilibrio y salud. Y, sobre todo, no habrá en nuestro interior miedo, la emoción más nociva de todas porque ataca directamente a esa orden de supervivencia inscrita a nivel genético de la que hablamos.

De ahí que ser conscientes de nuestros procesos físicos, emocionales y mentales redunde de inmediato en una mejoría de la salud. Así lo demostraron, entre otros, los experimentos de laboratorio realizados por el prestigioso médico Deepak Chopra en la Facultad de Medicina de la Universidad de Boston y en la Asociación de Medicina Ayurvédica de Lancaster, Massachusetts, según los cuales todas las funciones supuestamente involuntarias -regidas por el inconsciente- del cuerpo, como el latido del corazón, la respiración, la digestión, la temperatura corporal, las secreciones hormonales, etc., pueden ser también reguladas conscientemente mediante la biorrealimentación, un proceso de toma de consciencia muy sencillo basado en técnicas de meditación.

Algo comprensible si tenemos en cuenta que si la energía mental coordina el orden electromagnético de la energía vital y ésta a su vez mantiene el orden a nivel celular, cuanta más coherencia haya en la emisión de pensamientos mayor será el aporte energético que recibirá nuestro cuerpo físico, lo cual redundará en beneficio de nuestra salud.

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Salud para ti y los tuyos.


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4 comentarios en “La Enfermedad como Camino (2)

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